Vladimir "Zeev" Jabotinsky
De: Mered HaKadosh
Un nuevo Herzl
Zeev Jabotinsky, originalmente Vladimir Yevgenyevich Jabotinsky, nació en 1880 y falleció en 1940. Fue el fundador y principal líder del sionismo revisionista, corriente que fue la principal oposición al sionismo laborista hasta el año 1977, en el que Menajem Beguin llegó a ser Primer Ministro de Israel. Pero no nos adelantemos. En esta publicación me voy a enfocar en Jabotinsky y en su legado, no en el revisionismo en su totalidad.
Podemos empezar diciendo que Jabotinsky fue un activista y pensador increíblemente prolífico: destacó como soldado, escritor, propagandista y orador. Sin embargo, subordinó todas estas habilidades al quehacer político: puso su oratoria al servicio de la política; su carrera militar está estrechamente asociada con su visión del Estado judío; su habilidad propagandística la enfocó hacia el sionismo; utilizó sus dotes literarios para justificar sus posiciones.
Jabotinsky era un escritor exitoso y un judío asimilado hasta que el pogrom de Kishinev en 1903 le hizo cambiar radicalmente de vida y volcarse de lleno al sionismo. ¿Les suena a Herzl? Un escritor judío asimilado ve la profundidad del antisemitismo europeo, se replantea su posición frente al pueblo judío y se dedica al sionismo con todas sus fuerzas. Esta similitud no es menor: el propio Jabotinsky se ve reflejado en Herzl, se considera su discipulo espiritual y su seguidor más fiel. Así, Jabotinsky dice que sus enemigos ideológicos laboristas no entienden ni siguen el legado de Herzl y, por lo tanto, se declara su verdadero heredero. Así, modifica la línea de líderes sionistas: el estandarte del verdadero sionismo solamente lo llevan Herzl y Jabotinsky. Los otros -el sionismo laborista- son sionistas a medias. Esta ruptura con el sionismo laborista, que era mayoría en ese momento y lo seguirían siendo por muchos años, incluso después de la muerte de Jabotinsky, es significativa: aún aceptando que pueda haber objetivos pragmáticos comunes, Jabotinsky se siente muy lejos del sionismo obrero y se separa definitivamente de la vereda de enfrente.
Monismo ideológico
¿Por qué esta posición? Porque para Jabotinsky el único objetivo del sionismo debe ser el establecimiento de un Estado judío en la Tierra de Israel. Ni más ni menos. Las consideraciones de orden social, económica o política se subordinan a ese ideal. En palabras de Jabotisnky:
Lo que distingue a Betar de los otros movimientos sionistas juveniles es que los otros intentan “coordinar” dos ideales: sionismo y socialismo. Esto provoca que no haya una línea clara entre uno y otro: en cuanto sionistas, se regocijan cuando los capitales privados ayudan a la colonización y la inmigración judía; en cuanto socialistas, consideran esto como explotación lisa y llanamente. El resultado de esta confusión de conceptos es que ni en una cosa ni en la otra están en lo correcto.
Dicho de otra manera, los sionistas socialistas o laboristas están mezclando dos ideales que, a la larga, son incompatibles. No es que el socialismo sea malo: es la mezcla entre sionismo -vale decir: nacionalismo judío- y socialismo la que resulta imposible. Jabotinsky dice que debemos poner todo nuestro esfuerzo en el sionismo, que, para él, significa el establecimiento de un Estado judío en la Tierra de Israel. Solamente luego de logrado ese objetivo, podemos dedicarnos a discutir sobre socialismo o capitalismo. En términos bien simplistas, Jabotinsky nos propone dos opciones: o bien el sionismo es el objetivo básico, nuestro valor supremo, o bien no tiene valor alguno porque está subordinado a otro valor, que es, en definitiva, el más importante. Si somos sionistas y también socialistas, nuestro corazón se divide en dos: si tenemos que elegir entre uno y otro, ¿cuál tomamos? Jabotinsky afirma que esta es una disyuntiva bien real, y considera que la única manera de evitarla es tomando al sionismo y poniéndolo por encima de cualquier otra consideración ideológica.
Esto, por supuesto, provoca una reacción en el movimiento sionista socialista, que no se queda callado frente a esta acusación. Ya vimos una respuesta muy común: Borojov distinguía entre el nacionalismo burgués y el nacionalismo obrero, afirmando que el primero era perjudicial y el segundo, positivo. Supongo que no hace falta ser un experto ni un genio para comprender hacia dónde va dirigida esta distinción, ¿no? Borojov está diciendo: el sionismo socialista se corresponde con el nacionalismo obrero y es, por lo tanto, bueno; el sionismo revisionista (la corriente fundada por Jabotinsky) se corresponde con el nacionalismo burgués y es, por lo tanto, malo. Jabotinsky responde sin amedrentarse:
Betar rechaza esta mezcolanza de ideales, que puede ser denominada con el vocablo bíblico שעטנז (“Shaatnez”, mezcla prohibida entre dos tipos de cosas). Para nuestra postura, tomamos el término חד נס (“Jad nes”, una bandera). No tenemos un alma dividida por dos valores. Todo lo que se opone al establecimiento del Estado judío, ya sean intereses privados, un grupo o una clase social, tiene que subordinarse, sin discusión, al valor supremo, el mandamiento más alto, el ideal máximo: el Estado judío.
Tenemos dos visiones contrapuestas: una -la de Borojov- intenta conjugar marxismo con sionismo; la otra -la de Jabotinsky- subordina todo ideal al sionismo. Esto no quiere decir que Jabotinsky sea un imperialista sin freno. Él mismo hace una distinción entre nacionalismos positivos y negativos. Sin embargo, esta distinción no se funda, como la de Borojov, en términos clasistas. Veamos:
Hay dos tipos de nacionalismo: si una nación tiene su propia patria pero quiere anexar la de sus vecinos, es mal nacionalismo; por otro lado, cuando una nación no tiene patria y demanda una porción en la Tierra de D-s, es buen nacionalismo, y no hay nada de qué avergonzarse en ello.
Podemos ver que Jabotinsky es bien enfático en su distinción: el imperialismo es negativo porque es mal nacionalismo; el buen nacionalismo no hace más que reclamar lo que a una nación le corresponde. La distinción se funda en la motivación del nacionalismo, no en las clases sociales que lo sustentan. Una crítica muy obvia a esta concepción es: muy bien, entiendo que el imperialismo español en América fue malo y comprendo que el imperialismo inglés, francés y alemán en África y Asia fue terrible; pero, ¿qué hacemos cuando dos naciones tienen legítimas demandas sobre un mismo pedazo de tierra? O sea, en casos muy groseros esta distinción funciona sin complicaciones pero hay situaciones mucho más finas, en las cuales no es tan sencillo distinguir quién es el “bueno” y quién, el “malo”.
No al acuerdo con los árabes
Y esto, obviamente, nos lleva al conflicto árabe-israelí. Más allá de quién tiene razón o quién llegó primero al país, lo cierto es que tenemos dos pueblos -el judío y el palestino- que demandan, con razones más o menos convincentes, un mismo territorio para conformar su propio Estado. ¿Qué hacemos?
Frente a la respuesta clásica del sionismo -los árabes verán el florecimiento de su economía y cultura por el sionismo y no podrán menos que aceptar nuestra presencia aquí, nos agradecerán, vendrán a abrazarnos y seremos todos felices-, Jabotinsky es mucho más realista y duro. De hecho, se ríe y burla de los que sostienen esta opinión tan simplista e ingenua. Es bien consciente de la situación y lo dice sin tapujos: nunca en la historia de la humanidad se hizo una colonización con el consentimiento de la población nativa. No importa si esta colonización es justa o no, buena por naturaleza o no, lo cierto es que toda población nativa, por más atrasada o desarrollada que sea, tiene un instinto a la autopreservación y va a reaccionar contra una colonización desde el exterior. Todo pueblo ama la tierra en la que vive y no se lo puede convencer de lo contrario con mejoras económicas o sociales: para un árabe que reside en la Tierra de Israel, que venga un sionista y le diga que van a prosperar juntos no solo es irrelevante sino que es un soborno. ¿Vender a su pueblo por mejoras en su vida económica o social? ¡Solamente un traidor haría eso!
Aquí vemos cómo Jabotinsky capta la psicologia de los árabes nacidos en la Tierra de Israel: son un pueblo y no van a vender su propio nacionalismo. Jabotinsky es claro:
No hay nada que podamos dar a los árabes a cambio de la tierra.
Pero, entonces, ¿qué hacer? ¿Quedarse de brazos cruzados? Después de todo, ya hay un pueblo en la Tierra de Israel, ¿cómo luchar contra ello? Y aquí entramos en una parte bastante polémica del pensamiento de Jabotinsky, aunque cien por ciento coherente con su aproximación al conflicto y ciertamente realista viendo el curso de los acontecimientos. Citemos un párrafo de Jabotinsky en su fundamental “El muro de hierro” (1923) y analicémoslo:
Mi relación emocional con los árabes es la misma que con los otros pueblos: amable indiferencia. Mi relación política se caracteriza por dos principios. Primero, la expulsión de los árabes de Palestina es absolutamente imposible. Siempre habrá dos pueblos en Palestina. Segundo, estoy orgulloso de haber sido parte del grupo que formuló el Programa Helsingfors. Lo formulamos no solo para los judíos sino para todos los pueblos, y su base es la igualdad de todas las naciones. Estoy dispuesto a jurar, por nosotros y por nuestros descendientes, que nunca destruiremos esta igualdad ni intentaremos expulsar u oprimir a los árabes. Nuestro credo, como puede ver el lector, es completamente pacífico. Pero otro tema es que podamos alcanzar nuestros pacíficos objetivos por medios pacíficos.
Vayamos por partes. Primero Jabotinsky nos dice que no tiene una relación emocional especial con los árabes. Es decir, no los ve como un grupo que merezca especial atención, salvo por el hecho de que residen en la misma tierra que demanda el pueblo judío. Si se preocupa por ellos, no es por amor universalista o unión clasista (como proponían los sionistas socialistas) sino porque hay que lidiar con su presencia en la Tierra de Israel.
¿Por qué le preocupa la presencia de los árabes en la Tierra de Israel? Porque Jabotinsky considera que el objetivo del sionismo debe ser el establecimiento de un Estado judío con mayoría judía. Si no hay mayoría judía, por más que los papeles digan otra cosa, serán los árabes los que decidirán el futuro del Estado. Dada la situación, ¿qué hacer? Expulsar a los árabes no es una opción válida para Jabotinsky: es inmoral y materialmente imposible. Para Jabotinsky, recordemos, el sionismo tiene una base moral: o bien es moral o bien no tiene sentido alguno. En sus palabras:
O bien el sionismo es moral y justo o bien es inmoral e injusto. Pero esta es una pregunta que tuvimos que haber respondido antes de hacernos sionistas. En realidad, ya la respondimos, y nuestra respuesta es afirmativa: consideramos que el sionismo es moral y justo. Y como es moral y justo, se debe hacer justicia, y no importa si Yosef, Shimon o Ajmed están de acuerdo o no.
¿Por qué si el sionismo es tan moral y tan justo Jabotinsky hace una diferencia entre objetivos pacíficos y medios pacíficos? Por el mismo motivo por el que afirma que no le importa si Yosef, Shimon o Ajmed están de acuerdo o no: ve que el conflicto es inevitable. Cuando hay dos naciones que reclaman por un mismo trozo de tierra, no hay otra solución que la lucha. ¿Esto quiere decir que judíos y árabes están condenados a matarse entre sí sin tregua, hasta el infinito? No, siempre está la opción del acuerdo, ¿no? Dividimos la tierra en dos, de manera justa, y se acaba el problema. Jabotinsky se opone a esta solución. Para él, venir desde el principio y decirles a los árabes: “Muchachos, negociemos, con un pedacito de tierra los judíos nos conformaremos” es una claudicación y un error estratégico. Los árabes no son tontos e interpretarán esa apertura a las negociaciones como un signo de debilidad y reclamarán, sin concesiones, que el sionismo renuncie a sus pretensiones. Tenemos que aceptar que no somos bienvenidos por los árabes y hay que empezar por reforzarnos a nosotros mismos, sin importar la opinión de los árabes:
La colonización sionista debe parar, o bien proseguir sin pausa, sin importar la reacción de los árabes.
Jabotinsky sabe que los árabes reaccionan violentamente, que se despierta su nacionalismo y que cada día éste será más fuerte. No le importa: lo ve como una consecuencia inevitable porque es parte de la naturaleza de las cosas que una población nativa reaccione a la inmigración masiva de un grupo extraño. Para él, es más importante concretar el sionismo que la reacción árabe. No hay malentendido alguno entre los árabes y los sionistas: la reacción árabe no surge de no comprender las verdaderas intenciones del sionismo. De hecho, son irrelevantes la buena voluntad y el optimismo. Lo cierto es que hay dos naciones, y estas dos naciones reclaman soberanía sobre una misma tierra.
Lo que tiene que hacer el sionismo no es acercarse a los árabes sino reforzarse a sí mismo: aumentar la inmigración a la Tierra de Israel, ya sea legal o ilegal, conseguir armamento militar, movilizar a la población judía y mostrarle a los árabes su poderío. En pocas palabras, no dejarse amedrentar. Entonces, se refuerza nuestra pregunta inicial: todo esto provoca un círculo vicioso de violencia. ¿Cuál es la solución?
La única manera de llegar a un acuerdo en el futuro es abandonar la idea de llegar a un acuerdo en el presente.
Sobre los hechos consumados, los árabes vendrán a hacer las paces. Cuando vean que el sionismo es imparable, cuando sea evidente para todos que el pueblo judío no va a renunciar a sus pretensiones, la única salida que tendrán los árabes será negociar. En ese momento, y nunca antes, se podrá llegar a un acuerdo.
Antes de avanzar, quiero hacerles notar tres puntos. El primero, que Jabotinsky desplaza la responsabilidad del lado judío al árabe: son ellos, y no nosotros, los que deben tomar la batuta y pedir negociaciones. A diferencia de la visión tradicional, los sionistas no son culpables de la reacción árabe y nada pueden hacer para impedirla: los árabes son responsables por sí mismos y ellos son los que tienen que querer negociar. En cierta manera, Jabotinsky está entre los primeros en reconocerle responsabilidad al árabe y no verlo como un oprimido o un pueblo atrasado. Segundo, un hecho fundamental: Jabotinsky reconoce la legitimidad de las demandas árabes. Contra el consenso popular, resulta claro que Jabotinsky acepta que los árabes tienen parte de razón cuando reclaman la Tierra de Israel como propia. Lo que rechaza de manera contundente es negociar con ellos porque recalca que es contraproducente. Tenemos dos derechos que se contradicen mutuamente, nos dice, y, por lo menos en el presente, no hay salida a esta situación. Noten que precisamente porque acepta que los árabes tienen con qué justificar su posición es que se niega a entablar negociaciones con ellos por el momento. Tercero, el énfasis que hace Jabotinsky en el poderío militar. Desarrollemos con más profundidad este tercer punto.
El soldado judío
Para Jabotinsky, el poderío militar es fundamental: la adquisición de armas y el entrenamiento militar de la juventud son claves para lograr el establecimiento del Estado judío. Esto, obviamente, provoca que sea acusado de ser un fascista y un militarista. Esta acusación proviene tanto de círculos sionistas como no sionistas. Sin entrar en mucho detalle (más que nada porque esto va a ser tema de otros artículos), podemos decir que Jabotinsky era un liberal parlamentarista, aunque no caben dudas de que se sintió atraído por la figura de Mussolini y claramente amaba la disciplina militar. Esta tensión entre liberalismo-fascismo es una clave bastante interesante para analizar el desarrollo del sionismo revisionista. Aunque nuevamente, no quiero adelantarme.
Volviendo al tema, Jabotinsky fue un militar modelo y, junto a Trumpeldor, fundaron la Legión Judía dentro del ejército inglés para luchar en la Primera Guerra Mundial contra el Imperio Otomano. Esto es parte integrante de su visión del sionismo: es necesario crear un ejército judío. ¿Por qué? Hay varios motivos:
El ejército es una de las instituciones que conforman un Estado. Se necesita un aparato militar para el Estado judío, como para cualquier otro.
Hay que defenderse contra el terrorismo árabe, y eso implica acciones de represalia.
El pueblo judío debe involucrarse en los conflictos mundiales para exigir, como pago, el establecimiento del Estado judío.
Modificar la escala de valores del judío.
El primer punto es bastante claro: todo Estado tiene un ejército, el futuro Estado judío debe tener uno, hay que crear grupos paramilitares para que sean el germen de ese ejército oficial. El segundo, también: estos grupos paramilitares tienen que defender a la población del terrorismo y, si es necesario, devolver el golpe. Para el tercer punto, pongamos un ejemplo: involucrándose en la Primera Guerra Mundial, el pueblo judío puede lograr, de paso, su cometido de quebrar el Mandato del Imperio Otomano sobre la Tierra de Israel (adrede dejo de lado la segunda guerra mundial y la actuación de los grupos paramilitares en la época del Mandato Británico porque pienso explayarme sobre eso en otra publicación). El cuarto punto es el que más me interesa y precisa de un desarrollo más prolongado.
Para Jabotinsky, es fundamental que el judío modifique su escala de valores. Un Estado judío implica no solo un cambio en el status político del pueblo judío sino también un cambio cultural. Dice el manifiesto de Betar, el grupo juvenil del sionismo revisionista, fundado y dirigido por Jabotinsky:
El deber de Betar es muy sencillo, aunque también difícil: crear el tipo de judío que la nación necesita para construir un Estado judío de la mejor manera y más rápidamente. En otras palabras, crear un ciudadano “normal y saludable” para la nación judía.
O sea, Betar tiene que encargarse de transformar al judío en ciudadano de su país, el futuro Estado judío. Ahora bien, ¿qué significa ser un “ciudadano” en oposición a un mero “miembro” del pueblo judío? Básicamente, y sin entrar en detalles, los deberes cívicos. Pero también, y esto va a ser fundamental en el pensamiento de Jabotinsky y en sus seguidores, que el judío vuelva a ser soldado después de 2000 años. El pueblo judío durante su existencia diaspórica se mantuvo al margen de los grandes acontecimientos históricos. No quiero decir que no fue influenciado por ellos (nadie vive en el vacío, evidentemente) sino que se negó a actuar dentro de la historia: no se preocupó en demasía por lo que pasaba afuera de sí mismo ni se interesó en el curso de las guerras o la política internacional. El pueblo judío vivió más o menos aislado de manera consciente: fue una elección deliberada alejarse de las otras naciones para autopreservarse. El sionismo viene a romper con esa lógica de introspección: implica entrar nuevamente en la historia, estar implicado en el proceso histórico y formar parte del entramado mundial. Y eso debe provocar un cambio de valores en el judío mismo: para mantener la existencia del pueblo judío ya no alcanza con el poder del estudio y los preceptos religiosos. Se necesita un ejército, el uso de la fuerza y, fundamentalmente, de un vigoroso espíritu guerrero. Jabotinsky nos está diciendo que el ideal del judío ya no debe ser el תלמיד חכם (“Talmid Jajam”, estudioso sabio de la Torá) sino el soldado judío. Empuñar un rifle, disparar un revolver, golpear con la espada son la necesidad de la hora. Hay que romper con la mentalidad galútica del judío pacifista y tomar las armas. El gran arquetipo de este tipo nuevo de judío, para Jabotinsky, es Trumpeldor: un soldado que fue un héroe y que murió defendiendo a la patria. Este arquetipo del judío ideal también se contrapone con la visión del sionismo socialista, que hablaba del judío trabajador o del judío campesino. Lo más interesante es que Trumpeldor va a ser resignificado como soldado por el sionismo revisionista y como trabajador de la tierra por el sionismo socialista. Pero eso es tema de otra publicación.
Jabotinsky detesta al pacifismo: le parece una ingenuidad que aplicaron durante demasiados años los judíos en el ghetto. Ya no, es hora de cambiar las cosas. Para él, a veces es necesario derramar sangre, y eso no le parece mal si el objetivo es noble y moral. Contra la visión predominante, Jabotinsky escribe que las masas judías aman una mano fuerte: es un mito que el pueblo no quiera héroes militares. ¿Por qué la fuerza es necesaria? Porque, sin resistencia, todo se permite. El ejemplo que pone Jabotinsky es brillante: si tomamos una vasija sagrada y le ponemos un cartel que diga “Toquen esta vasija”, veremos cómo, en pocos minutos, la gente empezará a profanar la vasija. La única manera de cortar con esto es mediante la fuerza: un hombre con una espada, incluso si no la usa, hará que la gente se despeje en un instante.
No creamos tampoco que Jabotinsky es masoquista. Para nada. Es muy claro al respecto: necesitamos héroes guerreros, no mártires. La muerte en Trumpeldor se transforma en símbolo de grandeza no por la muerte en sí sino porque luchó hasta el único instante y, ya desfalleciente, persiguió y mató a sus asesinos. La grandeza del héroe no es el sacrificio en sí sino el sacrificio en función de algo más, de un objetivo más elevado.
Así, Jabotinsky resignifica חנוכה (“Januca”): lo relevante no es el milagro del aceite, que es lo que se hizo hincapié durante tantos años de exilio en el ghetto, sino el heroísmo de los Jasmoneos. Para Jabotinsky, חנוכה (“Januca”) no es una cuestión meramente espiritual: no es el espíritu judío contra el espíritu griego. Todo lo contrario: es la lucha física entre dos pueblos, y, en todo caso, esta lucha física se refleja en una espiritual. Pero lo fundamental es la guerra, no las cuestiones metafísicas.
Ahora bien, todo esto que dijimos va a ser tomado por los opositores de Jabotinsky, quienes lo acusarán de militarista. A esto responde: sí, si defenderse del enemigo es ser militarista, soy militarista. Y esto nuevamente es un límite difuso: en la era preestatal, la diferencia entre un grupo paramilitar, una banda patotera, un soldado y un terrorista no siempre resulta clara. Los opositores de Jabotinsky lo acusarán de ser un mero gamberro y, a la vez, de ser perjudicial a los intereses del pueblo judío con su énfasis en lo militar. A su vez, posteriormente a la muerte de Jabotinsky, va a haber un debate dentro del sionismo revisionista sobre cuál es el papel que debe cumplir lo militar dentro del movimiento. Más allá de esto, lo importante es que Jabotinsky mismo destacó el aspecto militar y la idea del soldado judío como un llamado para que el judío cambie sus valores galúticos más que como un llamado literal al terrorismo contra el colonialismo inglés o como contrapunto al terrorismo árabe.
Tagar
Relacionado con lo militar, aunque más amplio, encontramos un concepto que Jabotinsky repite una y otra vez y que es, al día de hoy, fundamental en la ideología de Betar: תגר (“Tagar”). Traducido muy sencillamente, תגר significa “militancia” o “activismo”. Se refiere, como pueden imaginarse, al simple hecho de que los miembros de Betar tienen una obligación con el movimiento: deben movilizarse. Esta movilización puede ser tanto política como militar o cívica y se basa en el principio que aparece en la canción oficial de Betar:
El silencio es despreciable.
תגר significa, de manera general, activismo contra toda forma de antisemitismo y apoyo sin restricciones al pueblo judío y al Estado judío. Y esto implica, por supuesto, trabajo en conjunto y organización. Estos rasgos son fundamentales para Jabotinsky, y son precisamente los rasgos que no tuvo el pueblo judío durante su largo período diaspórico. En sus propias palabras:
A lo largo de 2000 años de exilio, la nación judía perdió la costumbre de concentrar su voluntad de poder en los asuntos de importancia; perdió el hábito de actuar al unísono como pueblo; perdió la habilidad de, armado para casos de emergencia, defenderse a sí mismo. Por el contrario, los judíos se acostumbraron a gritar antes que actuar, al desorden, la desorganización y la negligencia, tanto a nivel social como personal.
Para Jabotinsky, lo que necesita el pueblo judío es disciplina: actuar como una unidad, no como núcleos dispersos. Formar un grupo organizado y cohesivo, cuyos miembros actúen de manera coordinada. En definitiva, actuar como una máquina o un robot, siguiendo las órdenes del líder. Este líder debe expresar la voluntad colectiva, popular y debe surgir del mismo pueblo judío. Esta organización claramente verticalista no es casual. Es evidente que Jabotinsky la toma de la Italia fascista de Mussolini, y no son pocos los que lo acusan de fascista por esto. Betar, al menos en su encarnación original, ciertamente tenía una tendencia fascista y negarlo es simplemente tapar el Sol con la mano. Que de ello se concluya que todo el arco revisionista es fascista o que el propio Jabotinsky lo fue hay un trecho bastante grande.
Pero volviendo al tema, lo importante es que esta jerarquía vertical, que se sustenta en una férrea disciplina, tiene que estar acompañada de hombres deseosos de dedicar su vida al sionismo y a la realización de este ideal. Quizás podemos decir que la diferencia fundamental entre un fascismo tradicional y la organización de Betar sea el hecho de que el primero toma el poder y, una vez en este, instaura un esquema político en el cual no hay voz para disidentes, mientras que Betar, siendo simplemente una organización política más, no tuvo el poder para hacer tal cosa. Por lo tanto, el ingreso o no a Betar es voluntario. Una vez adentro, es probable que esta disciplina y verticalismo sea excesivo pero nadie obliga a nadie a entrar en este esquema de poder.
Hadar
הדר (“Hadar” es otro concepto fundamental. En realidad, yo diría que es “el” concepto fundamental. Más que תגר. Hay múltiples traducciones de הדר: esplendor, nobleza, gloria, resplandor. Jabotinsky toma el concepto y lo une con la idea de אור לגויים (“Luz para las naciones”): el judío debe ser ejemplo para el mundo. Un ejemplo de moralidad, nobleza, buenos modales y, por sobre todas las cosas, dignidad. En la palabra הדר se resume toda la concepción de Jabotinsky sobre el cambio de valores del judío. El término es ambiguo y generó múltiples interpretaciones entre sus seguidores pero básicamente representa eso: el cambio en la escala de valores. La dignidad de no dejar ser oprimidos ni avergonzados; la nobleza de espíritu; los buenos modales frente al mundo. Este código de valores se transforma en raigal para Betar en específico y para todo el movimiento revisionista en general. La canción oficial de Betar (su himno) dice:
“הדר (“Hadar”)
Un hebreo también en la pobreza es hijo de reyes
Sea un esclavo o un vagabundo
Fuiste creado hijo de reyes
Con la corona de David te coronaron
En la luz y en la oscuridad
Recordá la corona
La corona del orgulloso y la militancia.
Más claro, imposible: el judío es hijo de reyes, descendiente del rey David, coronado en gloria, orgulloso, militante, poderoso. No importa la pobreza o la riqueza ni la situación social: lo importante es el sentimiento. Nunca más creerse inferior, nunca más dejarse avasallar. Nuevamente, como ya dije antes, esto lleva a polémicas con los opositores a Jabotinsky: que está diciendo que los judíos son superiores, que está pregonando un orgullo estúpido, que está llamando a creerse mejor que el resto, que todo esto lleva a despreciar al otro. Y la verdad es que hay una buena parte de verdad en estas críticas. Sin embargo, recalco una vez más: lo que quiere Jabotinsky es un cambio de valores. Y evidentemente, lo logra: los judíos cantan orgullosos sobre su judaísmo.
Las dos riberas del río Jordán
Hay una bandera histórica del movimiento revisionista, que surge a partir de Jabotinsky: la vindicación de toda la Tierra de Israel bíblica como parte del Estado judío. O sea, Israel tiene que ocupar todo lo que fue el Estado de Israel en la Antigüedad. Esta definición es bastante problemática: las fronteras del Israel bíblico fueron variando con el paso del tiempo. ¿Cuál es la “verdadera” frontera? El reclamo histórico del revisionismo, entonces es: las dos riberas del río Jordán. El Estado judío debe extenderse hacia un lado y hacia el otro del Jordán. Es decir, Cisjordania y Transjordania. Si a esto le sumamos que Jabotinsky pensaba que era una condición indispensable la mayoría judía, estamos en un problema bastante interesante: ¿cómo alcanzar la mayoría judía en tan vasto territorio ocupado por árabes? Inmigración en masa. Los judíos europeos tienen que irse de Europa porque está por venir una gran catástrofe (noten que esto Jabotinsky lo dice antes de la Segunda Guerra Mundial y de la Shoá). De ese contigente tiene que surgir la mayoría judía.
Ya fallecido Jabotinsky, y con el establecimiento del Estado de Israel mediante el plan de partición de la ONU, surgió el primer desafío serio a esta concepción maximalista de lo que debía ser la futura patria judía. Así, la mayoría de los revisionistas, que eran minoría dentro del movimiento sionista, rechazaron la partición y llamaron a reclamar la totalidad de la Tierra de Israel. Con el paso del tiempo, y vista la situación actual, no todos los herederos ideológicos de Jabotinsky aceptan que sea viable un Estado judío tan extenso. Los que sí, son minoría y casi no tienen poder real. Hoy en día, esta concepción de Jabotinsky es claramente minoritaria.
El lugar del hebreo
Para Jabotinsky, no hay dudas: el hebreo es el idioma nacional judío. Ni el yiddish ni el ladino fueron ni son idiomas judíos. Es verdad, acompañaron al pueblo en parte de su historia y no hay que rechazarlos sin más, pero su base es extranjera y, por lo tanto, extraña. En palabras de Jabotinsky:
Un idioma nacional es aquel que nace simultáneamente con la nación y luego la acompaña, de una manera u otra, a lo largo de toda su existencia.
Así, es el hebreo y solamente el hebreo el verdadero idioma nacional judío. El yiddish o el ladino, si bien fueron relevantes en su momento, no nacieron con la nación: son inventos posteriores. Por lo tanto, en el futuro Estado judío, el idioma oficial y cotidiano tiene que ser el hebreo. Así, tiene que haber una fuerte labor educativa para inculcar el hebreo en la juventud judía. En Israel, el hebreo debe ser el idioma en la vida cotidiana; en la Diáspora, debe enseñarse en la escuela. Todo judío tiene que saber hebreo.
Curiosamente, Jabotinsky escribió poco en hebreo. Hablaba múltiples idiomas: ruso, yiddish, hebreo, francés, italiano e inglés. La mayoría de su obra está en ruso, aunque también hay cosas en yiddish y otros idiomas. Lo poco que escribió en hebreo está compuesto por traducciones de obras suyas y de otros autores (entre los que se cuentan Edgar Allan Poe) y algún que otro ensayo. Esto es llamativo: uno de los grandes defensores del hebreo, un hebraísta como pocos, escribió mayoritariamente en ruso. ¿Por qué? Básicamente, porque Jabotinsky era un político y un propagandista, no un pensador. Como estadista que era, escribía y hablaba en el idioma que entendía su público. Si las masas judías hablan ruso, hay que hablar en ruso para comunicarse con ellas. En este sentido, que escriba en ruso (o en inglés, italiano o en el idioma que sea) es una cuestión estratégica. Así, se puede decir que Jabotinsky fue pragmático: habló y escribió de manera tal de llegar a la mayor cantidad de gente posible. Aún así, sigue siendo terminante en su visión del hebreo como idioma del pueblo judío y no se cansa de explayarse sobre las virtudes de una educación renovada, que dé a la juventud un manejo adecuado del hebreo. A su vez, y reforzando la idea del hebreo como idioma nacional, Jabotinsky se dedica a traducir grandes obras de la literatura universal al hebreo. Esto también demuestra un elemento importante a la hora de estudiar a Jabotinsky: es un judío occidental. Es decir, ama y admira la cultura occidental moderna. Especialmente, la cultura inglesa: su parlamentarismo y los modales del gentleman le parecen admirables. Y esto, por supuesto, le trae un gran problema cuando se encuentra en la encrucijada entre rebelarse frente al Imperio Británico, que coloniza la Tierra de Israel finalizada la Primera Guerra Mundial, o negociar con ese mismo imperio, al cual ama por su cultura y desprecia por su imperialismo. O sea, Jabotinsky había formado una Legión Judía dentro del ejército británico en la Primera Guerra Mundial, confiando que esto ayudaría a expulsar al Imperio Otomano de la Tierra de Israel y que, como recompensa, los británicos le darían a los judíos la Tierra de Israel. En vez de ocurrir eso, los británicos se apropiaron de la Tierra de Israel, limitaron severamente la inmigración judía y persiguieron a los sionistas, incluido el mismo Jabotinsky, que fue encarcelado y condenado a quince años de prisión (de los cuales solo cumplió uno ya que fue liberado por presión popular). Sin detallar todo el episodio porque es largo, lo que quiero que vean es que se empieza a formar una situación en la cual Jabotinsky y su generación, imbuida de los valores occidentales, se desilusiona de una u otra manera con esos mismos valores, y la generación siguiente será mucho más crítica de la sociedad europea.
Simultáneamente, y volviendo al motivo literario, Jabotisnky traduce grandes obras de la literatura hebrea a otros idiomas, como forma de expandir el conocimiento de la moderna literatura hebrea y de dar a conocer al mundo la belleza de esta expresión artística judía. Para él, esta labor de traducción es parte del trabajo educativo.
Es relevante remarcar que Jabotinsky es un gran escritor y traductor y que sus obras son disfrutables y entrañan calidad artística más allá del análisis ideológico que se pueda extraer de ellas. Mientras que Herzl es un autor bastante menos digerible (no porque sea malo sino más bien porque es olvidable), Jabotinsky es un escritor notable, con novelas como Sansón, en las que demuestra una habilidad técnica y un manejo del lenguaje admirables. Yo diría que se puede analizar la obra de Jabotinsky en cuanto literatura, dejando de lado los aspectos políticos, y sale bastante bien parado. Y aclaro esto porque creo que es importante tener en cuenta que Jabotinsky es, fundamentalmente, un periodista y novelista que, viendo las dificultades de su época, decidió dedicarse de lleno al activismo político.
Por eso, el uso de palabras y slogans en hebreo (הדר y תגר son los ejemplos que desarrollé pero hay muchos más) no es al azar sino que es parte de su proyecto de renacer nacional. La juventud tiene que imbuirse del hebreo, tiene que volver a captar el significado del hebreo como raíz de su identidad. Hablar en yiddish, ladino, italiano o japonés es perpetuar la Diáspora, es seguir siendo un judío galútico. Pero también es interesante que Jabotinsky tiene una habilidad especial para resignificar los términos que utiliza. No toma las palabras hebreas y las utiliza tal cual son sino que las agarra con sus manos, las da vueltas y les da un nuevo significado o las ilumina desde otro lado. Así, enriquece el lenguaje.
Jabotinsky hace un uso muy interesante del lenguaje religioso: utiliza al יובל (Jubileo) y al שבת (“Shabat”) como fundamento del orden social ideal, repite una y otra vez la idea de ארץ ישראל השלמה (“La Tierra de Israel completa”) y cita constantemente ideas y frases del acervo cultural y religioso judío. Pero lo notable es que Jabotinsky no es para nada un judío religioso ni tradicional y utiliza estas ideas como disparadores: las resignifica de acuerdo a sus propios fines. El יובל de Jabotinsky, por ejemplo, no es el יובל Bíblico ni guarda relación con los preceptos tradicionales. Es más, Jabotinsky es relativamente ignorante de la literatura talmúdica y religiosa tradicional. Sin embargo, el uso que hace del lenguaje religioso es significativo: denota interés en revalorizar los conceptos judíos en oposición a los occidentales. Si lo logra o no, es otro tema. Lo cierto es que, en muchos casos, lo único que hace es revestir de nombre judaico conceptos claramente occidentales y, de esta manera, hacerlos más apetecibles a los judíos nacionalistas más tradicionales. Por otro lado, Jabotinsky no duda en discutir con determinados conceptos de la tradición judía o en dotarlos de un significado extra, que muchas veces oscurece u opaca al original. Como ejemplo:
El significado del קדיש (“Kadish”) es que el שם הקודש (“Nombre sagrado”) que es alabado no es el nombre de nuestro D-s sino el D-s del fallecido: representa esa קדושה (“Santidad”) por la que vivió y quizás murió.
En una frase vemos tres conceptos judíos tradicionales (quizás cuatro si sumamos el de D-s): קדיש, la oración que se dice para rememorar a un difunto; שם הקודש, el nombre de D-s; קדושה, pureza o santidad. Pero lo notable es que estos tres conceptos no significan lo mismo que en un contexto tradicional. En el קדיש no se alaba a D-s sino a la persona muerta; el שם הקודש no es un atributo Divino o una forma de hablar de D-s sino que representa los ideales por los que vivió el fallecido; קדושה no es pureza en sentido ritual sino la santidad con la que vivió la persona, el sentido que dio a su vida el muerto. Noten cómo Jabotinsky reconstruye cada uno de estos significados y les da una nueva vuelta de tuerca.
Líder de la oposición, múltiples significados
Ya para finalizar, quisiera escribir sobre la figura de Jabotinsky. Es decir, no sobre él mismo sino sobre lo que representa. Esto nos podría llevar libros enteros. La riqueza de Jabotinsky radica precisamente en su amplitud. ¿Por qué? Porque durante mucho tiempo fue el gran líder sionista opositor, la figura por excelencia del anti-establishment: la alternativa frente al sionismo socialista. Y eso quiere decir que todos los que, de una manera u otra, se negaron a aceptar el ideal socialista pero formaron parte del movimiento sionista se unieron bajo la figura de Jabotinsky. Una buena descripción gráfico es: Jabotinsky fue el paraguas bajo el que se agrupó toda la oposición al laborismo. Liberales, fascistas, centristas, derechistas, seculares, religiosos nacionalistas, sefaradíes, sionistas diplomáticos, antibritánicos, filobritánicos, negadores de la Diáspora, judíos diásporicos, capitalistas y estatistas, todos se conjugaron. Toda esa diversidad de ideologías se sintió representada por Jabotinsky y ayudó a agrandar su mito. Cada una tomó cierta parte del pensamiento y del accionar de Jabotinsky y lo explotó y desarrolló de acuerdo a sus ideales; cada una de estas ideologías, a su vez, rompió con otra parte del legado de Jabotinsky. Todos estos grupos lucharon entre sí por definir quiénes eran legítimos herederos y quiénes, falsas imitaciones. Y, como en toda lucha política, hubo ganadores y perdedores. Pero también hubo una inmensa movilización de ideas y personas.
Los liberales se sintieron orgullosos de remarcar el amor que profesaba Jabotinsky por el parlamentarismo; los fascistas, de reivindicar la estructura verticalista de Betar y la fascinación de Jabotinsky por Mussolini; los centristas, el afán de Jabotinsky por la unidad del pueblo judío; los derechistas, su inquebrantable demanda de una Tierra de Israel indivisa para el pueblo judío; los seculares alabaron el ateísmo de Jabotinsky y su preparación científica y artística; los religiosos nacionalistas se identificaron con su uso del lenguaje religioso; los sefaradíes utilizaron la figura de Jabotinsky como alternativa al poder del sionismo laborista, al que percibían como discriminador; los diplomáticos encontraron en Jabotinsky a un conocedor de los vericuetos de la diplomacia internacional y un convencido de las bondades de la cultura europea; los antibritánicos vieron en el llamado a la rebelión un llamado a la resistencia pasiva y activa frente al régimen colonialista británico; los filobritánicos enfatizaron la admiración de Jabotinsky por la cultura inglesa; los negadores de la Diáspora vieron en el famoso grito de Jabotinsky -“Aniquilen la Diáspora o ella los aniquilará a ustedes”- una profecía; los judíos diaspóricos, inspiración para no dejarse subyugar y alzar la voz contra las autoridades cuando hay antisemitismo en la sociedad o hay que resolver algún otro problema que atañe a la población judía; los capitalistas vieron a un filoso crítico del socialismo y del marxismo; los estatistas, a un ferviente defensor del verticalismo. Noten cómo esta herencia puede resultar contradictoria entre sí pero todos estos grupos, sin excepción, rastrean su origen ideológico a Jabotinsky.
Jabotinsky, visto como la figura que cohesiona la oposición al sionismo laborista, se transforma en mito. Y es precisamente ese mito el que ayuda a comprender el desarrollo del revisionismo en toda su complejidad. Por eso, reducir al revisionismo a simple “sionismo burgués” o “sionismo de derecha” es una simplificación terriblemente injusta. Más allá de nuestro acuerdo o no con Jabotinsky, una personalidad tan fascinante y que atrae y atrajo a tantas personas de tan distinto origen e ideología ciertamente tiene algo para aportar a nuestro entendimiento del sionismo.
_________________________
Para profundizar:
En hebreo:
Ensayos, discursos, poemas, novelas y cuentos de Jabotinsky
Majon Jabotinsky
En inglés:
Ensayos, discursos y poemas de Jabotinsky
Artículos de Jabotinsky
En español:
Vladimiro Jabotinsky. (1946). Sansón, Buenos Aires: Editorial Israel.
Vladimiro Jabotinsky. (1941), La nación judía y la guerra, Buenos Aires: Biblioteca Oriente.
Yehuda Benari. (1970), Vladimir Zeev Jabotinsky, Buenos Aires: Biblioteca Popular Judía.
Joseph Schechtman. (1957), La vida de Jabotinsky, Buenos Aires: Candelabro.
Un nuevo Herzl
Zeev Jabotinsky, originalmente Vladimir Yevgenyevich Jabotinsky, nació en 1880 y falleció en 1940. Fue el fundador y principal líder del sionismo revisionista, corriente que fue la principal oposición al sionismo laborista hasta el año 1977, en el que Menajem Beguin llegó a ser Primer Ministro de Israel. Pero no nos adelantemos. En esta publicación me voy a enfocar en Jabotinsky y en su legado, no en el revisionismo en su totalidad.
Podemos empezar diciendo que Jabotinsky fue un activista y pensador increíblemente prolífico: destacó como soldado, escritor, propagandista y orador. Sin embargo, subordinó todas estas habilidades al quehacer político: puso su oratoria al servicio de la política; su carrera militar está estrechamente asociada con su visión del Estado judío; su habilidad propagandística la enfocó hacia el sionismo; utilizó sus dotes literarios para justificar sus posiciones.
Jabotinsky era un escritor exitoso y un judío asimilado hasta que el pogrom de Kishinev en 1903 le hizo cambiar radicalmente de vida y volcarse de lleno al sionismo. ¿Les suena a Herzl? Un escritor judío asimilado ve la profundidad del antisemitismo europeo, se replantea su posición frente al pueblo judío y se dedica al sionismo con todas sus fuerzas. Esta similitud no es menor: el propio Jabotinsky se ve reflejado en Herzl, se considera su discipulo espiritual y su seguidor más fiel. Así, Jabotinsky dice que sus enemigos ideológicos laboristas no entienden ni siguen el legado de Herzl y, por lo tanto, se declara su verdadero heredero. Así, modifica la línea de líderes sionistas: el estandarte del verdadero sionismo solamente lo llevan Herzl y Jabotinsky. Los otros -el sionismo laborista- son sionistas a medias. Esta ruptura con el sionismo laborista, que era mayoría en ese momento y lo seguirían siendo por muchos años, incluso después de la muerte de Jabotinsky, es significativa: aún aceptando que pueda haber objetivos pragmáticos comunes, Jabotinsky se siente muy lejos del sionismo obrero y se separa definitivamente de la vereda de enfrente.
Monismo ideológico
¿Por qué esta posición? Porque para Jabotinsky el único objetivo del sionismo debe ser el establecimiento de un Estado judío en la Tierra de Israel. Ni más ni menos. Las consideraciones de orden social, económica o política se subordinan a ese ideal. En palabras de Jabotisnky:
Lo que distingue a Betar de los otros movimientos sionistas juveniles es que los otros intentan “coordinar” dos ideales: sionismo y socialismo. Esto provoca que no haya una línea clara entre uno y otro: en cuanto sionistas, se regocijan cuando los capitales privados ayudan a la colonización y la inmigración judía; en cuanto socialistas, consideran esto como explotación lisa y llanamente. El resultado de esta confusión de conceptos es que ni en una cosa ni en la otra están en lo correcto.
Dicho de otra manera, los sionistas socialistas o laboristas están mezclando dos ideales que, a la larga, son incompatibles. No es que el socialismo sea malo: es la mezcla entre sionismo -vale decir: nacionalismo judío- y socialismo la que resulta imposible. Jabotinsky dice que debemos poner todo nuestro esfuerzo en el sionismo, que, para él, significa el establecimiento de un Estado judío en la Tierra de Israel. Solamente luego de logrado ese objetivo, podemos dedicarnos a discutir sobre socialismo o capitalismo. En términos bien simplistas, Jabotinsky nos propone dos opciones: o bien el sionismo es el objetivo básico, nuestro valor supremo, o bien no tiene valor alguno porque está subordinado a otro valor, que es, en definitiva, el más importante. Si somos sionistas y también socialistas, nuestro corazón se divide en dos: si tenemos que elegir entre uno y otro, ¿cuál tomamos? Jabotinsky afirma que esta es una disyuntiva bien real, y considera que la única manera de evitarla es tomando al sionismo y poniéndolo por encima de cualquier otra consideración ideológica.
Esto, por supuesto, provoca una reacción en el movimiento sionista socialista, que no se queda callado frente a esta acusación. Ya vimos una respuesta muy común: Borojov distinguía entre el nacionalismo burgués y el nacionalismo obrero, afirmando que el primero era perjudicial y el segundo, positivo. Supongo que no hace falta ser un experto ni un genio para comprender hacia dónde va dirigida esta distinción, ¿no? Borojov está diciendo: el sionismo socialista se corresponde con el nacionalismo obrero y es, por lo tanto, bueno; el sionismo revisionista (la corriente fundada por Jabotinsky) se corresponde con el nacionalismo burgués y es, por lo tanto, malo. Jabotinsky responde sin amedrentarse:
Betar rechaza esta mezcolanza de ideales, que puede ser denominada con el vocablo bíblico שעטנז (“Shaatnez”, mezcla prohibida entre dos tipos de cosas). Para nuestra postura, tomamos el término חד נס (“Jad nes”, una bandera). No tenemos un alma dividida por dos valores. Todo lo que se opone al establecimiento del Estado judío, ya sean intereses privados, un grupo o una clase social, tiene que subordinarse, sin discusión, al valor supremo, el mandamiento más alto, el ideal máximo: el Estado judío.
Tenemos dos visiones contrapuestas: una -la de Borojov- intenta conjugar marxismo con sionismo; la otra -la de Jabotinsky- subordina todo ideal al sionismo. Esto no quiere decir que Jabotinsky sea un imperialista sin freno. Él mismo hace una distinción entre nacionalismos positivos y negativos. Sin embargo, esta distinción no se funda, como la de Borojov, en términos clasistas. Veamos:
Hay dos tipos de nacionalismo: si una nación tiene su propia patria pero quiere anexar la de sus vecinos, es mal nacionalismo; por otro lado, cuando una nación no tiene patria y demanda una porción en la Tierra de D-s, es buen nacionalismo, y no hay nada de qué avergonzarse en ello.
Podemos ver que Jabotinsky es bien enfático en su distinción: el imperialismo es negativo porque es mal nacionalismo; el buen nacionalismo no hace más que reclamar lo que a una nación le corresponde. La distinción se funda en la motivación del nacionalismo, no en las clases sociales que lo sustentan. Una crítica muy obvia a esta concepción es: muy bien, entiendo que el imperialismo español en América fue malo y comprendo que el imperialismo inglés, francés y alemán en África y Asia fue terrible; pero, ¿qué hacemos cuando dos naciones tienen legítimas demandas sobre un mismo pedazo de tierra? O sea, en casos muy groseros esta distinción funciona sin complicaciones pero hay situaciones mucho más finas, en las cuales no es tan sencillo distinguir quién es el “bueno” y quién, el “malo”.
No al acuerdo con los árabes
Y esto, obviamente, nos lleva al conflicto árabe-israelí. Más allá de quién tiene razón o quién llegó primero al país, lo cierto es que tenemos dos pueblos -el judío y el palestino- que demandan, con razones más o menos convincentes, un mismo territorio para conformar su propio Estado. ¿Qué hacemos?
Frente a la respuesta clásica del sionismo -los árabes verán el florecimiento de su economía y cultura por el sionismo y no podrán menos que aceptar nuestra presencia aquí, nos agradecerán, vendrán a abrazarnos y seremos todos felices-, Jabotinsky es mucho más realista y duro. De hecho, se ríe y burla de los que sostienen esta opinión tan simplista e ingenua. Es bien consciente de la situación y lo dice sin tapujos: nunca en la historia de la humanidad se hizo una colonización con el consentimiento de la población nativa. No importa si esta colonización es justa o no, buena por naturaleza o no, lo cierto es que toda población nativa, por más atrasada o desarrollada que sea, tiene un instinto a la autopreservación y va a reaccionar contra una colonización desde el exterior. Todo pueblo ama la tierra en la que vive y no se lo puede convencer de lo contrario con mejoras económicas o sociales: para un árabe que reside en la Tierra de Israel, que venga un sionista y le diga que van a prosperar juntos no solo es irrelevante sino que es un soborno. ¿Vender a su pueblo por mejoras en su vida económica o social? ¡Solamente un traidor haría eso!
Aquí vemos cómo Jabotinsky capta la psicologia de los árabes nacidos en la Tierra de Israel: son un pueblo y no van a vender su propio nacionalismo. Jabotinsky es claro:
No hay nada que podamos dar a los árabes a cambio de la tierra.
Pero, entonces, ¿qué hacer? ¿Quedarse de brazos cruzados? Después de todo, ya hay un pueblo en la Tierra de Israel, ¿cómo luchar contra ello? Y aquí entramos en una parte bastante polémica del pensamiento de Jabotinsky, aunque cien por ciento coherente con su aproximación al conflicto y ciertamente realista viendo el curso de los acontecimientos. Citemos un párrafo de Jabotinsky en su fundamental “El muro de hierro” (1923) y analicémoslo:
Mi relación emocional con los árabes es la misma que con los otros pueblos: amable indiferencia. Mi relación política se caracteriza por dos principios. Primero, la expulsión de los árabes de Palestina es absolutamente imposible. Siempre habrá dos pueblos en Palestina. Segundo, estoy orgulloso de haber sido parte del grupo que formuló el Programa Helsingfors. Lo formulamos no solo para los judíos sino para todos los pueblos, y su base es la igualdad de todas las naciones. Estoy dispuesto a jurar, por nosotros y por nuestros descendientes, que nunca destruiremos esta igualdad ni intentaremos expulsar u oprimir a los árabes. Nuestro credo, como puede ver el lector, es completamente pacífico. Pero otro tema es que podamos alcanzar nuestros pacíficos objetivos por medios pacíficos.
Vayamos por partes. Primero Jabotinsky nos dice que no tiene una relación emocional especial con los árabes. Es decir, no los ve como un grupo que merezca especial atención, salvo por el hecho de que residen en la misma tierra que demanda el pueblo judío. Si se preocupa por ellos, no es por amor universalista o unión clasista (como proponían los sionistas socialistas) sino porque hay que lidiar con su presencia en la Tierra de Israel.
¿Por qué le preocupa la presencia de los árabes en la Tierra de Israel? Porque Jabotinsky considera que el objetivo del sionismo debe ser el establecimiento de un Estado judío con mayoría judía. Si no hay mayoría judía, por más que los papeles digan otra cosa, serán los árabes los que decidirán el futuro del Estado. Dada la situación, ¿qué hacer? Expulsar a los árabes no es una opción válida para Jabotinsky: es inmoral y materialmente imposible. Para Jabotinsky, recordemos, el sionismo tiene una base moral: o bien es moral o bien no tiene sentido alguno. En sus palabras:
O bien el sionismo es moral y justo o bien es inmoral e injusto. Pero esta es una pregunta que tuvimos que haber respondido antes de hacernos sionistas. En realidad, ya la respondimos, y nuestra respuesta es afirmativa: consideramos que el sionismo es moral y justo. Y como es moral y justo, se debe hacer justicia, y no importa si Yosef, Shimon o Ajmed están de acuerdo o no.
¿Por qué si el sionismo es tan moral y tan justo Jabotinsky hace una diferencia entre objetivos pacíficos y medios pacíficos? Por el mismo motivo por el que afirma que no le importa si Yosef, Shimon o Ajmed están de acuerdo o no: ve que el conflicto es inevitable. Cuando hay dos naciones que reclaman por un mismo trozo de tierra, no hay otra solución que la lucha. ¿Esto quiere decir que judíos y árabes están condenados a matarse entre sí sin tregua, hasta el infinito? No, siempre está la opción del acuerdo, ¿no? Dividimos la tierra en dos, de manera justa, y se acaba el problema. Jabotinsky se opone a esta solución. Para él, venir desde el principio y decirles a los árabes: “Muchachos, negociemos, con un pedacito de tierra los judíos nos conformaremos” es una claudicación y un error estratégico. Los árabes no son tontos e interpretarán esa apertura a las negociaciones como un signo de debilidad y reclamarán, sin concesiones, que el sionismo renuncie a sus pretensiones. Tenemos que aceptar que no somos bienvenidos por los árabes y hay que empezar por reforzarnos a nosotros mismos, sin importar la opinión de los árabes:
La colonización sionista debe parar, o bien proseguir sin pausa, sin importar la reacción de los árabes.
Jabotinsky sabe que los árabes reaccionan violentamente, que se despierta su nacionalismo y que cada día éste será más fuerte. No le importa: lo ve como una consecuencia inevitable porque es parte de la naturaleza de las cosas que una población nativa reaccione a la inmigración masiva de un grupo extraño. Para él, es más importante concretar el sionismo que la reacción árabe. No hay malentendido alguno entre los árabes y los sionistas: la reacción árabe no surge de no comprender las verdaderas intenciones del sionismo. De hecho, son irrelevantes la buena voluntad y el optimismo. Lo cierto es que hay dos naciones, y estas dos naciones reclaman soberanía sobre una misma tierra.
Lo que tiene que hacer el sionismo no es acercarse a los árabes sino reforzarse a sí mismo: aumentar la inmigración a la Tierra de Israel, ya sea legal o ilegal, conseguir armamento militar, movilizar a la población judía y mostrarle a los árabes su poderío. En pocas palabras, no dejarse amedrentar. Entonces, se refuerza nuestra pregunta inicial: todo esto provoca un círculo vicioso de violencia. ¿Cuál es la solución?
La única manera de llegar a un acuerdo en el futuro es abandonar la idea de llegar a un acuerdo en el presente.
Sobre los hechos consumados, los árabes vendrán a hacer las paces. Cuando vean que el sionismo es imparable, cuando sea evidente para todos que el pueblo judío no va a renunciar a sus pretensiones, la única salida que tendrán los árabes será negociar. En ese momento, y nunca antes, se podrá llegar a un acuerdo.
Antes de avanzar, quiero hacerles notar tres puntos. El primero, que Jabotinsky desplaza la responsabilidad del lado judío al árabe: son ellos, y no nosotros, los que deben tomar la batuta y pedir negociaciones. A diferencia de la visión tradicional, los sionistas no son culpables de la reacción árabe y nada pueden hacer para impedirla: los árabes son responsables por sí mismos y ellos son los que tienen que querer negociar. En cierta manera, Jabotinsky está entre los primeros en reconocerle responsabilidad al árabe y no verlo como un oprimido o un pueblo atrasado. Segundo, un hecho fundamental: Jabotinsky reconoce la legitimidad de las demandas árabes. Contra el consenso popular, resulta claro que Jabotinsky acepta que los árabes tienen parte de razón cuando reclaman la Tierra de Israel como propia. Lo que rechaza de manera contundente es negociar con ellos porque recalca que es contraproducente. Tenemos dos derechos que se contradicen mutuamente, nos dice, y, por lo menos en el presente, no hay salida a esta situación. Noten que precisamente porque acepta que los árabes tienen con qué justificar su posición es que se niega a entablar negociaciones con ellos por el momento. Tercero, el énfasis que hace Jabotinsky en el poderío militar. Desarrollemos con más profundidad este tercer punto.
El soldado judío
Para Jabotinsky, el poderío militar es fundamental: la adquisición de armas y el entrenamiento militar de la juventud son claves para lograr el establecimiento del Estado judío. Esto, obviamente, provoca que sea acusado de ser un fascista y un militarista. Esta acusación proviene tanto de círculos sionistas como no sionistas. Sin entrar en mucho detalle (más que nada porque esto va a ser tema de otros artículos), podemos decir que Jabotinsky era un liberal parlamentarista, aunque no caben dudas de que se sintió atraído por la figura de Mussolini y claramente amaba la disciplina militar. Esta tensión entre liberalismo-fascismo es una clave bastante interesante para analizar el desarrollo del sionismo revisionista. Aunque nuevamente, no quiero adelantarme.
Volviendo al tema, Jabotinsky fue un militar modelo y, junto a Trumpeldor, fundaron la Legión Judía dentro del ejército inglés para luchar en la Primera Guerra Mundial contra el Imperio Otomano. Esto es parte integrante de su visión del sionismo: es necesario crear un ejército judío. ¿Por qué? Hay varios motivos:
El ejército es una de las instituciones que conforman un Estado. Se necesita un aparato militar para el Estado judío, como para cualquier otro.
Hay que defenderse contra el terrorismo árabe, y eso implica acciones de represalia.
El pueblo judío debe involucrarse en los conflictos mundiales para exigir, como pago, el establecimiento del Estado judío.
Modificar la escala de valores del judío.
El primer punto es bastante claro: todo Estado tiene un ejército, el futuro Estado judío debe tener uno, hay que crear grupos paramilitares para que sean el germen de ese ejército oficial. El segundo, también: estos grupos paramilitares tienen que defender a la población del terrorismo y, si es necesario, devolver el golpe. Para el tercer punto, pongamos un ejemplo: involucrándose en la Primera Guerra Mundial, el pueblo judío puede lograr, de paso, su cometido de quebrar el Mandato del Imperio Otomano sobre la Tierra de Israel (adrede dejo de lado la segunda guerra mundial y la actuación de los grupos paramilitares en la época del Mandato Británico porque pienso explayarme sobre eso en otra publicación). El cuarto punto es el que más me interesa y precisa de un desarrollo más prolongado.
Para Jabotinsky, es fundamental que el judío modifique su escala de valores. Un Estado judío implica no solo un cambio en el status político del pueblo judío sino también un cambio cultural. Dice el manifiesto de Betar, el grupo juvenil del sionismo revisionista, fundado y dirigido por Jabotinsky:
El deber de Betar es muy sencillo, aunque también difícil: crear el tipo de judío que la nación necesita para construir un Estado judío de la mejor manera y más rápidamente. En otras palabras, crear un ciudadano “normal y saludable” para la nación judía.
O sea, Betar tiene que encargarse de transformar al judío en ciudadano de su país, el futuro Estado judío. Ahora bien, ¿qué significa ser un “ciudadano” en oposición a un mero “miembro” del pueblo judío? Básicamente, y sin entrar en detalles, los deberes cívicos. Pero también, y esto va a ser fundamental en el pensamiento de Jabotinsky y en sus seguidores, que el judío vuelva a ser soldado después de 2000 años. El pueblo judío durante su existencia diaspórica se mantuvo al margen de los grandes acontecimientos históricos. No quiero decir que no fue influenciado por ellos (nadie vive en el vacío, evidentemente) sino que se negó a actuar dentro de la historia: no se preocupó en demasía por lo que pasaba afuera de sí mismo ni se interesó en el curso de las guerras o la política internacional. El pueblo judío vivió más o menos aislado de manera consciente: fue una elección deliberada alejarse de las otras naciones para autopreservarse. El sionismo viene a romper con esa lógica de introspección: implica entrar nuevamente en la historia, estar implicado en el proceso histórico y formar parte del entramado mundial. Y eso debe provocar un cambio de valores en el judío mismo: para mantener la existencia del pueblo judío ya no alcanza con el poder del estudio y los preceptos religiosos. Se necesita un ejército, el uso de la fuerza y, fundamentalmente, de un vigoroso espíritu guerrero. Jabotinsky nos está diciendo que el ideal del judío ya no debe ser el תלמיד חכם (“Talmid Jajam”, estudioso sabio de la Torá) sino el soldado judío. Empuñar un rifle, disparar un revolver, golpear con la espada son la necesidad de la hora. Hay que romper con la mentalidad galútica del judío pacifista y tomar las armas. El gran arquetipo de este tipo nuevo de judío, para Jabotinsky, es Trumpeldor: un soldado que fue un héroe y que murió defendiendo a la patria. Este arquetipo del judío ideal también se contrapone con la visión del sionismo socialista, que hablaba del judío trabajador o del judío campesino. Lo más interesante es que Trumpeldor va a ser resignificado como soldado por el sionismo revisionista y como trabajador de la tierra por el sionismo socialista. Pero eso es tema de otra publicación.
Jabotinsky detesta al pacifismo: le parece una ingenuidad que aplicaron durante demasiados años los judíos en el ghetto. Ya no, es hora de cambiar las cosas. Para él, a veces es necesario derramar sangre, y eso no le parece mal si el objetivo es noble y moral. Contra la visión predominante, Jabotinsky escribe que las masas judías aman una mano fuerte: es un mito que el pueblo no quiera héroes militares. ¿Por qué la fuerza es necesaria? Porque, sin resistencia, todo se permite. El ejemplo que pone Jabotinsky es brillante: si tomamos una vasija sagrada y le ponemos un cartel que diga “Toquen esta vasija”, veremos cómo, en pocos minutos, la gente empezará a profanar la vasija. La única manera de cortar con esto es mediante la fuerza: un hombre con una espada, incluso si no la usa, hará que la gente se despeje en un instante.
No creamos tampoco que Jabotinsky es masoquista. Para nada. Es muy claro al respecto: necesitamos héroes guerreros, no mártires. La muerte en Trumpeldor se transforma en símbolo de grandeza no por la muerte en sí sino porque luchó hasta el único instante y, ya desfalleciente, persiguió y mató a sus asesinos. La grandeza del héroe no es el sacrificio en sí sino el sacrificio en función de algo más, de un objetivo más elevado.
Así, Jabotinsky resignifica חנוכה (“Januca”): lo relevante no es el milagro del aceite, que es lo que se hizo hincapié durante tantos años de exilio en el ghetto, sino el heroísmo de los Jasmoneos. Para Jabotinsky, חנוכה (“Januca”) no es una cuestión meramente espiritual: no es el espíritu judío contra el espíritu griego. Todo lo contrario: es la lucha física entre dos pueblos, y, en todo caso, esta lucha física se refleja en una espiritual. Pero lo fundamental es la guerra, no las cuestiones metafísicas.
Ahora bien, todo esto que dijimos va a ser tomado por los opositores de Jabotinsky, quienes lo acusarán de militarista. A esto responde: sí, si defenderse del enemigo es ser militarista, soy militarista. Y esto nuevamente es un límite difuso: en la era preestatal, la diferencia entre un grupo paramilitar, una banda patotera, un soldado y un terrorista no siempre resulta clara. Los opositores de Jabotinsky lo acusarán de ser un mero gamberro y, a la vez, de ser perjudicial a los intereses del pueblo judío con su énfasis en lo militar. A su vez, posteriormente a la muerte de Jabotinsky, va a haber un debate dentro del sionismo revisionista sobre cuál es el papel que debe cumplir lo militar dentro del movimiento. Más allá de esto, lo importante es que Jabotinsky mismo destacó el aspecto militar y la idea del soldado judío como un llamado para que el judío cambie sus valores galúticos más que como un llamado literal al terrorismo contra el colonialismo inglés o como contrapunto al terrorismo árabe.
Tagar
Relacionado con lo militar, aunque más amplio, encontramos un concepto que Jabotinsky repite una y otra vez y que es, al día de hoy, fundamental en la ideología de Betar: תגר (“Tagar”). Traducido muy sencillamente, תגר significa “militancia” o “activismo”. Se refiere, como pueden imaginarse, al simple hecho de que los miembros de Betar tienen una obligación con el movimiento: deben movilizarse. Esta movilización puede ser tanto política como militar o cívica y se basa en el principio que aparece en la canción oficial de Betar:
El silencio es despreciable.
תגר significa, de manera general, activismo contra toda forma de antisemitismo y apoyo sin restricciones al pueblo judío y al Estado judío. Y esto implica, por supuesto, trabajo en conjunto y organización. Estos rasgos son fundamentales para Jabotinsky, y son precisamente los rasgos que no tuvo el pueblo judío durante su largo período diaspórico. En sus propias palabras:
A lo largo de 2000 años de exilio, la nación judía perdió la costumbre de concentrar su voluntad de poder en los asuntos de importancia; perdió el hábito de actuar al unísono como pueblo; perdió la habilidad de, armado para casos de emergencia, defenderse a sí mismo. Por el contrario, los judíos se acostumbraron a gritar antes que actuar, al desorden, la desorganización y la negligencia, tanto a nivel social como personal.
Para Jabotinsky, lo que necesita el pueblo judío es disciplina: actuar como una unidad, no como núcleos dispersos. Formar un grupo organizado y cohesivo, cuyos miembros actúen de manera coordinada. En definitiva, actuar como una máquina o un robot, siguiendo las órdenes del líder. Este líder debe expresar la voluntad colectiva, popular y debe surgir del mismo pueblo judío. Esta organización claramente verticalista no es casual. Es evidente que Jabotinsky la toma de la Italia fascista de Mussolini, y no son pocos los que lo acusan de fascista por esto. Betar, al menos en su encarnación original, ciertamente tenía una tendencia fascista y negarlo es simplemente tapar el Sol con la mano. Que de ello se concluya que todo el arco revisionista es fascista o que el propio Jabotinsky lo fue hay un trecho bastante grande.
Pero volviendo al tema, lo importante es que esta jerarquía vertical, que se sustenta en una férrea disciplina, tiene que estar acompañada de hombres deseosos de dedicar su vida al sionismo y a la realización de este ideal. Quizás podemos decir que la diferencia fundamental entre un fascismo tradicional y la organización de Betar sea el hecho de que el primero toma el poder y, una vez en este, instaura un esquema político en el cual no hay voz para disidentes, mientras que Betar, siendo simplemente una organización política más, no tuvo el poder para hacer tal cosa. Por lo tanto, el ingreso o no a Betar es voluntario. Una vez adentro, es probable que esta disciplina y verticalismo sea excesivo pero nadie obliga a nadie a entrar en este esquema de poder.
Hadar
הדר (“Hadar” es otro concepto fundamental. En realidad, yo diría que es “el” concepto fundamental. Más que תגר. Hay múltiples traducciones de הדר: esplendor, nobleza, gloria, resplandor. Jabotinsky toma el concepto y lo une con la idea de אור לגויים (“Luz para las naciones”): el judío debe ser ejemplo para el mundo. Un ejemplo de moralidad, nobleza, buenos modales y, por sobre todas las cosas, dignidad. En la palabra הדר se resume toda la concepción de Jabotinsky sobre el cambio de valores del judío. El término es ambiguo y generó múltiples interpretaciones entre sus seguidores pero básicamente representa eso: el cambio en la escala de valores. La dignidad de no dejar ser oprimidos ni avergonzados; la nobleza de espíritu; los buenos modales frente al mundo. Este código de valores se transforma en raigal para Betar en específico y para todo el movimiento revisionista en general. La canción oficial de Betar (su himno) dice:
“הדר (“Hadar”)
Un hebreo también en la pobreza es hijo de reyes
Sea un esclavo o un vagabundo
Fuiste creado hijo de reyes
Con la corona de David te coronaron
En la luz y en la oscuridad
Recordá la corona
La corona del orgulloso y la militancia.
Más claro, imposible: el judío es hijo de reyes, descendiente del rey David, coronado en gloria, orgulloso, militante, poderoso. No importa la pobreza o la riqueza ni la situación social: lo importante es el sentimiento. Nunca más creerse inferior, nunca más dejarse avasallar. Nuevamente, como ya dije antes, esto lleva a polémicas con los opositores a Jabotinsky: que está diciendo que los judíos son superiores, que está pregonando un orgullo estúpido, que está llamando a creerse mejor que el resto, que todo esto lleva a despreciar al otro. Y la verdad es que hay una buena parte de verdad en estas críticas. Sin embargo, recalco una vez más: lo que quiere Jabotinsky es un cambio de valores. Y evidentemente, lo logra: los judíos cantan orgullosos sobre su judaísmo.
Las dos riberas del río Jordán
Hay una bandera histórica del movimiento revisionista, que surge a partir de Jabotinsky: la vindicación de toda la Tierra de Israel bíblica como parte del Estado judío. O sea, Israel tiene que ocupar todo lo que fue el Estado de Israel en la Antigüedad. Esta definición es bastante problemática: las fronteras del Israel bíblico fueron variando con el paso del tiempo. ¿Cuál es la “verdadera” frontera? El reclamo histórico del revisionismo, entonces es: las dos riberas del río Jordán. El Estado judío debe extenderse hacia un lado y hacia el otro del Jordán. Es decir, Cisjordania y Transjordania. Si a esto le sumamos que Jabotinsky pensaba que era una condición indispensable la mayoría judía, estamos en un problema bastante interesante: ¿cómo alcanzar la mayoría judía en tan vasto territorio ocupado por árabes? Inmigración en masa. Los judíos europeos tienen que irse de Europa porque está por venir una gran catástrofe (noten que esto Jabotinsky lo dice antes de la Segunda Guerra Mundial y de la Shoá). De ese contigente tiene que surgir la mayoría judía.
Ya fallecido Jabotinsky, y con el establecimiento del Estado de Israel mediante el plan de partición de la ONU, surgió el primer desafío serio a esta concepción maximalista de lo que debía ser la futura patria judía. Así, la mayoría de los revisionistas, que eran minoría dentro del movimiento sionista, rechazaron la partición y llamaron a reclamar la totalidad de la Tierra de Israel. Con el paso del tiempo, y vista la situación actual, no todos los herederos ideológicos de Jabotinsky aceptan que sea viable un Estado judío tan extenso. Los que sí, son minoría y casi no tienen poder real. Hoy en día, esta concepción de Jabotinsky es claramente minoritaria.
El lugar del hebreo
Para Jabotinsky, no hay dudas: el hebreo es el idioma nacional judío. Ni el yiddish ni el ladino fueron ni son idiomas judíos. Es verdad, acompañaron al pueblo en parte de su historia y no hay que rechazarlos sin más, pero su base es extranjera y, por lo tanto, extraña. En palabras de Jabotinsky:
Un idioma nacional es aquel que nace simultáneamente con la nación y luego la acompaña, de una manera u otra, a lo largo de toda su existencia.
Así, es el hebreo y solamente el hebreo el verdadero idioma nacional judío. El yiddish o el ladino, si bien fueron relevantes en su momento, no nacieron con la nación: son inventos posteriores. Por lo tanto, en el futuro Estado judío, el idioma oficial y cotidiano tiene que ser el hebreo. Así, tiene que haber una fuerte labor educativa para inculcar el hebreo en la juventud judía. En Israel, el hebreo debe ser el idioma en la vida cotidiana; en la Diáspora, debe enseñarse en la escuela. Todo judío tiene que saber hebreo.
Curiosamente, Jabotinsky escribió poco en hebreo. Hablaba múltiples idiomas: ruso, yiddish, hebreo, francés, italiano e inglés. La mayoría de su obra está en ruso, aunque también hay cosas en yiddish y otros idiomas. Lo poco que escribió en hebreo está compuesto por traducciones de obras suyas y de otros autores (entre los que se cuentan Edgar Allan Poe) y algún que otro ensayo. Esto es llamativo: uno de los grandes defensores del hebreo, un hebraísta como pocos, escribió mayoritariamente en ruso. ¿Por qué? Básicamente, porque Jabotinsky era un político y un propagandista, no un pensador. Como estadista que era, escribía y hablaba en el idioma que entendía su público. Si las masas judías hablan ruso, hay que hablar en ruso para comunicarse con ellas. En este sentido, que escriba en ruso (o en inglés, italiano o en el idioma que sea) es una cuestión estratégica. Así, se puede decir que Jabotinsky fue pragmático: habló y escribió de manera tal de llegar a la mayor cantidad de gente posible. Aún así, sigue siendo terminante en su visión del hebreo como idioma del pueblo judío y no se cansa de explayarse sobre las virtudes de una educación renovada, que dé a la juventud un manejo adecuado del hebreo. A su vez, y reforzando la idea del hebreo como idioma nacional, Jabotinsky se dedica a traducir grandes obras de la literatura universal al hebreo. Esto también demuestra un elemento importante a la hora de estudiar a Jabotinsky: es un judío occidental. Es decir, ama y admira la cultura occidental moderna. Especialmente, la cultura inglesa: su parlamentarismo y los modales del gentleman le parecen admirables. Y esto, por supuesto, le trae un gran problema cuando se encuentra en la encrucijada entre rebelarse frente al Imperio Británico, que coloniza la Tierra de Israel finalizada la Primera Guerra Mundial, o negociar con ese mismo imperio, al cual ama por su cultura y desprecia por su imperialismo. O sea, Jabotinsky había formado una Legión Judía dentro del ejército británico en la Primera Guerra Mundial, confiando que esto ayudaría a expulsar al Imperio Otomano de la Tierra de Israel y que, como recompensa, los británicos le darían a los judíos la Tierra de Israel. En vez de ocurrir eso, los británicos se apropiaron de la Tierra de Israel, limitaron severamente la inmigración judía y persiguieron a los sionistas, incluido el mismo Jabotinsky, que fue encarcelado y condenado a quince años de prisión (de los cuales solo cumplió uno ya que fue liberado por presión popular). Sin detallar todo el episodio porque es largo, lo que quiero que vean es que se empieza a formar una situación en la cual Jabotinsky y su generación, imbuida de los valores occidentales, se desilusiona de una u otra manera con esos mismos valores, y la generación siguiente será mucho más crítica de la sociedad europea.
Simultáneamente, y volviendo al motivo literario, Jabotisnky traduce grandes obras de la literatura hebrea a otros idiomas, como forma de expandir el conocimiento de la moderna literatura hebrea y de dar a conocer al mundo la belleza de esta expresión artística judía. Para él, esta labor de traducción es parte del trabajo educativo.
Es relevante remarcar que Jabotinsky es un gran escritor y traductor y que sus obras son disfrutables y entrañan calidad artística más allá del análisis ideológico que se pueda extraer de ellas. Mientras que Herzl es un autor bastante menos digerible (no porque sea malo sino más bien porque es olvidable), Jabotinsky es un escritor notable, con novelas como Sansón, en las que demuestra una habilidad técnica y un manejo del lenguaje admirables. Yo diría que se puede analizar la obra de Jabotinsky en cuanto literatura, dejando de lado los aspectos políticos, y sale bastante bien parado. Y aclaro esto porque creo que es importante tener en cuenta que Jabotinsky es, fundamentalmente, un periodista y novelista que, viendo las dificultades de su época, decidió dedicarse de lleno al activismo político.
Por eso, el uso de palabras y slogans en hebreo (הדר y תגר son los ejemplos que desarrollé pero hay muchos más) no es al azar sino que es parte de su proyecto de renacer nacional. La juventud tiene que imbuirse del hebreo, tiene que volver a captar el significado del hebreo como raíz de su identidad. Hablar en yiddish, ladino, italiano o japonés es perpetuar la Diáspora, es seguir siendo un judío galútico. Pero también es interesante que Jabotinsky tiene una habilidad especial para resignificar los términos que utiliza. No toma las palabras hebreas y las utiliza tal cual son sino que las agarra con sus manos, las da vueltas y les da un nuevo significado o las ilumina desde otro lado. Así, enriquece el lenguaje.
Jabotinsky hace un uso muy interesante del lenguaje religioso: utiliza al יובל (Jubileo) y al שבת (“Shabat”) como fundamento del orden social ideal, repite una y otra vez la idea de ארץ ישראל השלמה (“La Tierra de Israel completa”) y cita constantemente ideas y frases del acervo cultural y religioso judío. Pero lo notable es que Jabotinsky no es para nada un judío religioso ni tradicional y utiliza estas ideas como disparadores: las resignifica de acuerdo a sus propios fines. El יובל de Jabotinsky, por ejemplo, no es el יובל Bíblico ni guarda relación con los preceptos tradicionales. Es más, Jabotinsky es relativamente ignorante de la literatura talmúdica y religiosa tradicional. Sin embargo, el uso que hace del lenguaje religioso es significativo: denota interés en revalorizar los conceptos judíos en oposición a los occidentales. Si lo logra o no, es otro tema. Lo cierto es que, en muchos casos, lo único que hace es revestir de nombre judaico conceptos claramente occidentales y, de esta manera, hacerlos más apetecibles a los judíos nacionalistas más tradicionales. Por otro lado, Jabotinsky no duda en discutir con determinados conceptos de la tradición judía o en dotarlos de un significado extra, que muchas veces oscurece u opaca al original. Como ejemplo:
El significado del קדיש (“Kadish”) es que el שם הקודש (“Nombre sagrado”) que es alabado no es el nombre de nuestro D-s sino el D-s del fallecido: representa esa קדושה (“Santidad”) por la que vivió y quizás murió.
En una frase vemos tres conceptos judíos tradicionales (quizás cuatro si sumamos el de D-s): קדיש, la oración que se dice para rememorar a un difunto; שם הקודש, el nombre de D-s; קדושה, pureza o santidad. Pero lo notable es que estos tres conceptos no significan lo mismo que en un contexto tradicional. En el קדיש no se alaba a D-s sino a la persona muerta; el שם הקודש no es un atributo Divino o una forma de hablar de D-s sino que representa los ideales por los que vivió el fallecido; קדושה no es pureza en sentido ritual sino la santidad con la que vivió la persona, el sentido que dio a su vida el muerto. Noten cómo Jabotinsky reconstruye cada uno de estos significados y les da una nueva vuelta de tuerca.
Líder de la oposición, múltiples significados
Ya para finalizar, quisiera escribir sobre la figura de Jabotinsky. Es decir, no sobre él mismo sino sobre lo que representa. Esto nos podría llevar libros enteros. La riqueza de Jabotinsky radica precisamente en su amplitud. ¿Por qué? Porque durante mucho tiempo fue el gran líder sionista opositor, la figura por excelencia del anti-establishment: la alternativa frente al sionismo socialista. Y eso quiere decir que todos los que, de una manera u otra, se negaron a aceptar el ideal socialista pero formaron parte del movimiento sionista se unieron bajo la figura de Jabotinsky. Una buena descripción gráfico es: Jabotinsky fue el paraguas bajo el que se agrupó toda la oposición al laborismo. Liberales, fascistas, centristas, derechistas, seculares, religiosos nacionalistas, sefaradíes, sionistas diplomáticos, antibritánicos, filobritánicos, negadores de la Diáspora, judíos diásporicos, capitalistas y estatistas, todos se conjugaron. Toda esa diversidad de ideologías se sintió representada por Jabotinsky y ayudó a agrandar su mito. Cada una tomó cierta parte del pensamiento y del accionar de Jabotinsky y lo explotó y desarrolló de acuerdo a sus ideales; cada una de estas ideologías, a su vez, rompió con otra parte del legado de Jabotinsky. Todos estos grupos lucharon entre sí por definir quiénes eran legítimos herederos y quiénes, falsas imitaciones. Y, como en toda lucha política, hubo ganadores y perdedores. Pero también hubo una inmensa movilización de ideas y personas.
Los liberales se sintieron orgullosos de remarcar el amor que profesaba Jabotinsky por el parlamentarismo; los fascistas, de reivindicar la estructura verticalista de Betar y la fascinación de Jabotinsky por Mussolini; los centristas, el afán de Jabotinsky por la unidad del pueblo judío; los derechistas, su inquebrantable demanda de una Tierra de Israel indivisa para el pueblo judío; los seculares alabaron el ateísmo de Jabotinsky y su preparación científica y artística; los religiosos nacionalistas se identificaron con su uso del lenguaje religioso; los sefaradíes utilizaron la figura de Jabotinsky como alternativa al poder del sionismo laborista, al que percibían como discriminador; los diplomáticos encontraron en Jabotinsky a un conocedor de los vericuetos de la diplomacia internacional y un convencido de las bondades de la cultura europea; los antibritánicos vieron en el llamado a la rebelión un llamado a la resistencia pasiva y activa frente al régimen colonialista británico; los filobritánicos enfatizaron la admiración de Jabotinsky por la cultura inglesa; los negadores de la Diáspora vieron en el famoso grito de Jabotinsky -“Aniquilen la Diáspora o ella los aniquilará a ustedes”- una profecía; los judíos diaspóricos, inspiración para no dejarse subyugar y alzar la voz contra las autoridades cuando hay antisemitismo en la sociedad o hay que resolver algún otro problema que atañe a la población judía; los capitalistas vieron a un filoso crítico del socialismo y del marxismo; los estatistas, a un ferviente defensor del verticalismo. Noten cómo esta herencia puede resultar contradictoria entre sí pero todos estos grupos, sin excepción, rastrean su origen ideológico a Jabotinsky.
Jabotinsky, visto como la figura que cohesiona la oposición al sionismo laborista, se transforma en mito. Y es precisamente ese mito el que ayuda a comprender el desarrollo del revisionismo en toda su complejidad. Por eso, reducir al revisionismo a simple “sionismo burgués” o “sionismo de derecha” es una simplificación terriblemente injusta. Más allá de nuestro acuerdo o no con Jabotinsky, una personalidad tan fascinante y que atrae y atrajo a tantas personas de tan distinto origen e ideología ciertamente tiene algo para aportar a nuestro entendimiento del sionismo.
_________________________
Para profundizar:
En hebreo:
Ensayos, discursos, poemas, novelas y cuentos de Jabotinsky
Majon Jabotinsky
En inglés:
Ensayos, discursos y poemas de Jabotinsky
Artículos de Jabotinsky
En español:
Vladimiro Jabotinsky. (1946). Sansón, Buenos Aires: Editorial Israel.
Vladimiro Jabotinsky. (1941), La nación judía y la guerra, Buenos Aires: Biblioteca Oriente.
Yehuda Benari. (1970), Vladimir Zeev Jabotinsky, Buenos Aires: Biblioteca Popular Judía.
Joseph Schechtman. (1957), La vida de Jabotinsky, Buenos Aires: Candelabro.
Comentarios
Publicar un comentario