La Bendición de la Asimilación.

Autor: DIEGO EDELBERG 
De: Judíos y Judaísmo

En parashat Vayigash y debido a la hambruna de la región, los hermanos de Iosef llegan a Egipto y se encuentran cara a cara con él. Pero luego de veinte años Iosef es irreconocible para ellos. Confieso que siempre me ha sorprendido que los hermanos realmente no puedan reconocerlo. ¿Tan cambiado estaba? ¿Podría yo mismo no ver a alguno de mis dos hermanos por veinte años y realmente no reconocerlo?

¿Qué mantiene vivo al pueblo judío?

Existe un antiguo midrash que se cita vagamente y muy a menudo en la modernidad como escudo frente a la asimilación. Este midrash declara que los judíos merecieron originalmente salir de Egipto y aún continúan existiendo como grupo porque históricamente no cambiaron -o mejor dicho preservaron siempre- tres cosas: sus nombres de origen, su lenguaje y sus vestimentas. Existen en realidad distintos midrashim sobre esta temática entre los que se detalla que los judíos cuidaban estas tres cosas mencionadas además de cuidarse de no hacer lashon hará y tener solo relaciones permitidas (ver Vaikrá Rabbah 32:5; Mejilta de Rabbi Ishmael 12:6; Lekaj Tov sobre parasha Vaierá)

Irónicamente, lo contrario de este midrash parece ser la razón no sólo para la supervivencia judía sino la explicación de cómo fue que los judíos prosperaron en la historia. Comenzando con Iosef, sabemos que cambió su ropa por ropas egipcias, hablaba con sus hermanos usando un traductor, cambió su nombre a Tzafenat-Paneaj e incluso el Faraón “le dio Asenat hija de Poti-fera, sacerdote de On, para ser su esposa” (Bereshit 41:42-45).

Pensar que la historia que nos contamos una y otra vez de generación en generación -el mito fundacional que nos da identidad y pertenencia- es en parte el resultado de las acciones de Iosef cuando invitó a su familia hebrea a residir y mezclarse en la sociedad egipcia no es poco importante. Es de hecho muy importante para nuestras discusiones de hoy sobre la supervivencia del judaísmo dependiendo de ciertas decisiones como garantes de la continuidad judía a la exclusión de otras decisiones que nos llevan (supuestamente) a la asimilación, desaparición y extinción. La historia de Iosef puede ser vista como la primera historia de la diáspora judía. Se trata de un judío que llega a una nueva tierra y se convierte en un participante completo de su cultura mientras contribuye a su bienestar y prosperidad. Iosef cambia a Egipto mientras Egipto lo cambia a él. No es una cosa o la otra sino ambas en sincronía. No importa si el texto es leído como historia, novela o mashal (alegoría de algo mucho más sofisticado), lo que transmite es una verdad profunda acerca de la realidad de la vida de quien vivió algo así y en extensión representa la eternidad de nosotros hoy.

La Bendición de la Asimilación.

La idea de bendecir la asimilación le pertenece a Gerson Cohen quien escribió un ensayo sobre este tema en 1966 (recomiendo ver este video sobre Arnold Aisen, actual decano de JTS expandiendo este ensayo al hoy). Lo que nos demuestra es que quien observa cuidadosamente el devenir histórico del pueblo judío, descubre que lo de Iosef es tan solo un ejemplo entre incontables más hasta nuestros días. Muchos de los nombres más famosos judíos como Moisés, Zerubabel y Rabbi Tarfon o Hircanus no son nombres tradicionalmente judíos sino egipcios, babilónicos y helénicos respectivamente. Por otro lado, los judíos siempre han mirado, copiado y adoptado la vestimenta y muchas de las prácticas de sus vecinos no judíos. Basta pensar en los sombreros negros y los abrigos de la actual comunidad jasídica – atuendos que, irónicamente, se tomaron prestados de nobleza polaca del siglo XVII. Y con respecto al lenguaje, fue gracias a las comunidades judías de la diáspora como las de Alejandría, Babilonia o Córdoba, las cuales utilizaron griego, arameo y árabe respectivamente, que la tradición judía pudo eficazmente transmitirse de generación en generación en forma mucho más continua e innovadora. Los períodos más vitales, creativos y que aseguraron la continuidad de la herencia judía (consideremos por ejemplo el impacto de la filosofía aristotélica en Maimónides gracias a los textos árabes traducidos del griego por el mundo islámico) fueron aquellos en los cuales los judíos no se aislaron ni se retiraron de la vida no-judía circundante sino cuando hicieron justamente lo contrario: mediante la asimilación de gran parte de la vida no-judía hacia el judaísmo, el judaísmo mismo pudo ser transformado y revitalizado en cada lugar y en cada época.

Sin dudas, existe una relación causal entre la movilidad y la producción cultural judía. Cada vez que los judíos llegaron a un nuevo lugar, en la medida que lograron apreciar y absorber las bendiciones de dicha locación, el resultado final fue una comunidad judía mucho más fuerte gracias a ese encuentro con lo no-judío, particular de cada región. El proceso de intentar preservar el carácter esencial del judaísmo mientras se trató de ajustarlo y acomodarlo a los desafíos que la historia le fue presentado en cada rincón del mundo y con cada cultura particular, mantuvo lo judío como algo vital, vibrante y dinámico en lugar de fijo, inerte y estático. Entonces, a diferencia del midrash del comienzo, lo que mantuvo vivo al judaísmo no fue el intento sólo de preservación sino la constante absorción, síntesis y transformación de lo judío frente a lo tradicionalmente no-judío. En otras palabras, la fuerza creadora judía no surgió solamente “desde adentro” sino también y en gran medida histórica, en una simbiosis catalizada “desde afuera” del judaísmo mismo. Quizás, si el judaísmo no hubiese insistido en renovarse en diálogo constante con el mundo circundante no-judío, el judaísmo mismo se hubiese extinguido, permaneciendo congelado en el tiempo y habitando hoy en museos, ruinas, escombros o en libros de historia sobre una antigua civilización extinguida.

Cuando los hermanos no reconocieron a Iosef era porque Iosef había dado un paso más adelante que todos ellos. Se había apropiado de su tradición como algo implícito y no sólo explícito. De hecho, Iosef es celebrado como el tzadik, el justo, el judío que pese a todas las adversidades de su vida en Egipto se mantiene, mucho más que sus hermanos, en conexión continua con Dios y el devenir del pueblo judío. Sabe que todo lo que sucede en la multiplicidad de lenguas y destinos es parte de la obra divina y no el fatalismo del temor a la desaparición o asimilación.

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