Lecturas Imprescindibles V… El Hombre Mediocre.
Autor: JOSÉ INGENIEROS
Advertencia:
El autor de estas ideas se propuso estigmatizar las funestas lacras morales que se llaman rutina, hipocresía y servilismo, deseando ser útil a los jóvenes que, estando en edad propicia para evitarlas, pueden formarse ideales y ennoblecer su vida. Se ha dicho, con rigurosa verdad, que los más despreciables sujetos son los predicadores de moral que no ajustan su conducta a sus palabras. Sabe el autor que muy pocos moralistas podrían escribir esto mismo sin que les temblara el pulso.
Quinta entrega... Idealismo positivista
El espíritu conservador
Todo lo que existe es necesario. Cada hombre posee un valor de contraste, si no lo tiene de afirmación; es un detalle necesario en la infinita evolución del proto- hombre al superhombre. Sin la sombra ignoraríamos el valor de la luz. La infamia nos induce a respetar la virtud; la miel no sería dulce si el acíbar no enseñara a paladear la amargura; admiramos el vuelo del águila porque conocemos el arrastre de la oruga; encanta más el gorjeo del ruiseñor cuando se ha escuchado el silbido de la serpiente. El mediocre representa un progreso, comparado con el imbécil, aunque ocupa su rango si lo comparamos con el genio: sus idiosincrasias sociales son relativas al medio y al momento en que actúa. De otra manera, si fuera intrínsecamente inútil, no existiría: la selección natural le habría exterminado. Es necesario para la sociedad, como las palabras lo son para el estilo. Pero no bastaría, para crearlo, alinear todos los vocablos que yacen en el diccionario; el estilo comienza donde aparece la originalidad individual.
Todos los hombres de personalidad firme y de mente creadora, sea cual fuere su escuela filosófica o su credo literario, son hostiles a la mediocridad. Toda creación es un esfuerzo original; la historia conserva el nombre de pocos iniciadores y olvida a innúmeros secuaces que los imitan. Los visionarios de verdades nuevas, los apóstoles de la moral, los innovadores de belleza – desde Renan y Hugo hasta Guyau y Flaubert – la miran como un obstáculo con que el pasado obstruye el advenimiento de su labor renovadora.
Ante la moral social, sin embargo, los mediocres encuentran una justificación, como todo lo que existe por necesidad. El eterno contraste de las fuerzas que pujan en las sociedades humanas, se traduce por la lucha entre dos grandes actitudes, que agitan la mentalidad colectiva: el espíritu conservador o rutinario y el espíritu original o de rebeldía.
Bellas páginas le consagró Dorado. Cree imposible dividir la humanidad en dos categorías de hombres, los unos rebeldes en todo y los otros en todo rutinarios; si así fuera, no sabría decirse cuáles interpretan mejor la vida. No es factible un vivir inmóvil de gentes todas conservadoras, ni lo es un inestable ajetreo de rebeldes e insumisos, para quienes nada existente sea bueno y ningún sendero digno de seguirse. Es verosímil que ambas fuerzas sean igualmente imprescindibles.
Si en el mundo no hubiera más que rebeldes, no podría marchar; se torna imposible la rebeldía si faltara contra quien rebelarse. Y, sin los innovadores, ¿quién empujaría el carro de la vida sobre el que van aquellos tan satisfechos? En vez de combatirse, ambas partes debieran entender que ninguna tendría motivo de existir como la otra no existiese. El conservador sagaz puede bendecir al revolucionario, tanto como este a él. He aquí una nueva base para la tolerancia: cada hombre necesita de su enemigo.
¿Por qué, entonces, la humanidad admira a los santos, a los genios y a los héroes, a todos los que inventan, enseñan o plasman, a los que piensan en el porvenir, encarnan en un ideal o forjan un imperio? Los aplaude, porque toda sociedad tiene, implícita, una moral, una tabla propia de valores que aplica para juzgar a cada uno de sus componentes, no ya según las conveniencias individuales, sino según su utilidad social. En cada pueblo y en cada época la medida de lo excelso está en los ideales de perfección que se denominan genio, heroísmo y santidad.
La imitación conservadora debe, pues, ser juzgada por su función de resistencia, destinada a contener el impulso creador de los hombres superiores y las tendencias destructivas de los sujetos antisociales. En el prolegómeno de su ensayo sobre el genio y el talento, Nordau hace su elogio irónico; para toda mente elevada el filisteo es la bestia negra y en esa hostilidad ve una evidente ingratitud. Le parece útil; con un poco de benevolencia llegaría a concederle esa relativa belleza de las cosas perfectamente adaptadas a su objeto. Es el fondo de perspectiva en el paisaje social. Los ideales de los hombres superiores permanecerían en estado de quimeras si no fueren recogidos y realizados por filisteos, desprovistos de iniciativas personales, que viven esperando – con encantadora ausencia de ideas propias – los impulsos y las sugestiones de los cerebros luminosos.
Es verdad que el rutinario no cede fácilmente a las instigaciones de los originales; pero su misma inercia es garantía de que sólo recoge las ideas de probada conveniencia para el bienestar social. Su gran culpa consiste en que se le encuentra sin necesidad de buscarlo; constituye el público de esa comedia humana en que los hombres superiores avanzan hasta las candilejas, buscando su aplauso y su sanción. Nordau llega hasta decir con fina ironía: “Cada vez que algunos hombres de genio se encuentren reunidos en torno de una mesa de cervecería, su primer brindis, en virtud del derecho y de la moral, debiera ser para el filisteo”.
Este párrafo es un aparte en el texto de Ingenieros.
Durante la semana recibí un correo con una inquietud que hoy comparto; me preguntaban porque escogí a José Ingenieros para iniciar está serie; igualmente si conocía algún autor judío que sustente posición parecida; y es justamente el mismo Ingenieros quien se encarga de responder dicha interrogante: Se trata nada más ni nada menos que del pensador austríaco Max Nordau, judío y sionista, hijo de rabino, quien en su ensayo, La Psico-Fisiología del Genio y del Talento trata con amplitud este mismo tema y más aun, es evidente que el texto de Nordau sirve de basamento a Ingenieros para el desarrollo de sus ideas. Espíritus críticos ambos, utilizan en forma de código o símbolo literario, el termino "filisteo" para describir al hombre dueño de una “personalidad de las mayorías”, incapaz - como el “pueblo” genéticamente enemigo de los B’nei Israel -, de imaginarse, como lo demuestra el texto bíblico, un “Dios invisible”.
Jaime Gorenstein
Sigamos con Ingenieros...
Los hombres sin ideales desempeñan en la historia humana el mismo papel que la herencia en la evolución biológica: conservan y transmiten las variaciones útiles para la continuidad del grupo social.
Su acción sería nula sin el esfuerzo fecundo de los originales, que inventan lo imitado después de ellos. Sin los mediocres no habría estabilidad en las sociedades; pero sin los superiores no puede concebirse el progreso, pues la civilización sería inexplicable en una raza constituida por hombres sin iniciativa. Evolucionar es variar; solamente se varia mediante la invención. Los hombres imitativos se limitan a atesorar las conquistas de los originales; la utilidad del rutinario está subordinada a la existencia del idealista, como la fortuna de los libreros estriba en el ingenio de los escritores. El “alma social” es una empresa anónima que explota las creaciones de las mejores “almas individuales”, resumiendo las experiencias adquiridas y enseñadas por los innovadores.
Son la minoría, éstos; pero son levaduras de mayorías venideras. Las rutinas defendidas hoy por los mediocres son simples glosas colectivas de ideales, concebidos ayer por hombres originales. El grueso del rebaño social va ocupando, a paso de tortuga, las posiciones atrevidamente conquistadas mucho antes por sus centinelas perdidos en la distancia; y estos ya están muy lejos cuando la masa cree asentar el paso a su retaguardia. Lo que ayer fue un ideal contra una rutina, será mañana rutina, a su vez, contra otro ideal. Indefinidamente, porque la perfectibilidad es indefinida.
Si los hábitos resumen la experiencia pasada de pueblos y de hombres, dándoles unidad, los ideales orientan su experiencia venidera y marcan su probable destino. Los idealistas y los rutinarios son factores igualmente indispensables, aunque los unos recelen de los otros. Si los primeros hacen más para el porvenir, los segundos interpretan mejor el pasado. La evolución de una sociedad, espoleada por el afán de perfección y contenida por tradiciones difícilmente removibles, se detendría para siempre sin el uno y sufriría sobresaltos bruscos sin los otros.
Advertencia:
El autor de estas ideas se propuso estigmatizar las funestas lacras morales que se llaman rutina, hipocresía y servilismo, deseando ser útil a los jóvenes que, estando en edad propicia para evitarlas, pueden formarse ideales y ennoblecer su vida. Se ha dicho, con rigurosa verdad, que los más despreciables sujetos son los predicadores de moral que no ajustan su conducta a sus palabras. Sabe el autor que muy pocos moralistas podrían escribir esto mismo sin que les temblara el pulso.
Quinta entrega... Idealismo positivista
El espíritu conservador
Todo lo que existe es necesario. Cada hombre posee un valor de contraste, si no lo tiene de afirmación; es un detalle necesario en la infinita evolución del proto- hombre al superhombre. Sin la sombra ignoraríamos el valor de la luz. La infamia nos induce a respetar la virtud; la miel no sería dulce si el acíbar no enseñara a paladear la amargura; admiramos el vuelo del águila porque conocemos el arrastre de la oruga; encanta más el gorjeo del ruiseñor cuando se ha escuchado el silbido de la serpiente. El mediocre representa un progreso, comparado con el imbécil, aunque ocupa su rango si lo comparamos con el genio: sus idiosincrasias sociales son relativas al medio y al momento en que actúa. De otra manera, si fuera intrínsecamente inútil, no existiría: la selección natural le habría exterminado. Es necesario para la sociedad, como las palabras lo son para el estilo. Pero no bastaría, para crearlo, alinear todos los vocablos que yacen en el diccionario; el estilo comienza donde aparece la originalidad individual.
Todos los hombres de personalidad firme y de mente creadora, sea cual fuere su escuela filosófica o su credo literario, son hostiles a la mediocridad. Toda creación es un esfuerzo original; la historia conserva el nombre de pocos iniciadores y olvida a innúmeros secuaces que los imitan. Los visionarios de verdades nuevas, los apóstoles de la moral, los innovadores de belleza – desde Renan y Hugo hasta Guyau y Flaubert – la miran como un obstáculo con que el pasado obstruye el advenimiento de su labor renovadora.
Ante la moral social, sin embargo, los mediocres encuentran una justificación, como todo lo que existe por necesidad. El eterno contraste de las fuerzas que pujan en las sociedades humanas, se traduce por la lucha entre dos grandes actitudes, que agitan la mentalidad colectiva: el espíritu conservador o rutinario y el espíritu original o de rebeldía.
Bellas páginas le consagró Dorado. Cree imposible dividir la humanidad en dos categorías de hombres, los unos rebeldes en todo y los otros en todo rutinarios; si así fuera, no sabría decirse cuáles interpretan mejor la vida. No es factible un vivir inmóvil de gentes todas conservadoras, ni lo es un inestable ajetreo de rebeldes e insumisos, para quienes nada existente sea bueno y ningún sendero digno de seguirse. Es verosímil que ambas fuerzas sean igualmente imprescindibles.
Si en el mundo no hubiera más que rebeldes, no podría marchar; se torna imposible la rebeldía si faltara contra quien rebelarse. Y, sin los innovadores, ¿quién empujaría el carro de la vida sobre el que van aquellos tan satisfechos? En vez de combatirse, ambas partes debieran entender que ninguna tendría motivo de existir como la otra no existiese. El conservador sagaz puede bendecir al revolucionario, tanto como este a él. He aquí una nueva base para la tolerancia: cada hombre necesita de su enemigo.
¿Por qué, entonces, la humanidad admira a los santos, a los genios y a los héroes, a todos los que inventan, enseñan o plasman, a los que piensan en el porvenir, encarnan en un ideal o forjan un imperio? Los aplaude, porque toda sociedad tiene, implícita, una moral, una tabla propia de valores que aplica para juzgar a cada uno de sus componentes, no ya según las conveniencias individuales, sino según su utilidad social. En cada pueblo y en cada época la medida de lo excelso está en los ideales de perfección que se denominan genio, heroísmo y santidad.
La imitación conservadora debe, pues, ser juzgada por su función de resistencia, destinada a contener el impulso creador de los hombres superiores y las tendencias destructivas de los sujetos antisociales. En el prolegómeno de su ensayo sobre el genio y el talento, Nordau hace su elogio irónico; para toda mente elevada el filisteo es la bestia negra y en esa hostilidad ve una evidente ingratitud. Le parece útil; con un poco de benevolencia llegaría a concederle esa relativa belleza de las cosas perfectamente adaptadas a su objeto. Es el fondo de perspectiva en el paisaje social. Los ideales de los hombres superiores permanecerían en estado de quimeras si no fueren recogidos y realizados por filisteos, desprovistos de iniciativas personales, que viven esperando – con encantadora ausencia de ideas propias – los impulsos y las sugestiones de los cerebros luminosos.
Es verdad que el rutinario no cede fácilmente a las instigaciones de los originales; pero su misma inercia es garantía de que sólo recoge las ideas de probada conveniencia para el bienestar social. Su gran culpa consiste en que se le encuentra sin necesidad de buscarlo; constituye el público de esa comedia humana en que los hombres superiores avanzan hasta las candilejas, buscando su aplauso y su sanción. Nordau llega hasta decir con fina ironía: “Cada vez que algunos hombres de genio se encuentren reunidos en torno de una mesa de cervecería, su primer brindis, en virtud del derecho y de la moral, debiera ser para el filisteo”.
Este párrafo es un aparte en el texto de Ingenieros.
Durante la semana recibí un correo con una inquietud que hoy comparto; me preguntaban porque escogí a José Ingenieros para iniciar está serie; igualmente si conocía algún autor judío que sustente posición parecida; y es justamente el mismo Ingenieros quien se encarga de responder dicha interrogante: Se trata nada más ni nada menos que del pensador austríaco Max Nordau, judío y sionista, hijo de rabino, quien en su ensayo, La Psico-Fisiología del Genio y del Talento trata con amplitud este mismo tema y más aun, es evidente que el texto de Nordau sirve de basamento a Ingenieros para el desarrollo de sus ideas. Espíritus críticos ambos, utilizan en forma de código o símbolo literario, el termino "filisteo" para describir al hombre dueño de una “personalidad de las mayorías”, incapaz - como el “pueblo” genéticamente enemigo de los B’nei Israel -, de imaginarse, como lo demuestra el texto bíblico, un “Dios invisible”.
Jaime Gorenstein
Sigamos con Ingenieros...
Los hombres sin ideales desempeñan en la historia humana el mismo papel que la herencia en la evolución biológica: conservan y transmiten las variaciones útiles para la continuidad del grupo social.
Su acción sería nula sin el esfuerzo fecundo de los originales, que inventan lo imitado después de ellos. Sin los mediocres no habría estabilidad en las sociedades; pero sin los superiores no puede concebirse el progreso, pues la civilización sería inexplicable en una raza constituida por hombres sin iniciativa. Evolucionar es variar; solamente se varia mediante la invención. Los hombres imitativos se limitan a atesorar las conquistas de los originales; la utilidad del rutinario está subordinada a la existencia del idealista, como la fortuna de los libreros estriba en el ingenio de los escritores. El “alma social” es una empresa anónima que explota las creaciones de las mejores “almas individuales”, resumiendo las experiencias adquiridas y enseñadas por los innovadores.
Son la minoría, éstos; pero son levaduras de mayorías venideras. Las rutinas defendidas hoy por los mediocres son simples glosas colectivas de ideales, concebidos ayer por hombres originales. El grueso del rebaño social va ocupando, a paso de tortuga, las posiciones atrevidamente conquistadas mucho antes por sus centinelas perdidos en la distancia; y estos ya están muy lejos cuando la masa cree asentar el paso a su retaguardia. Lo que ayer fue un ideal contra una rutina, será mañana rutina, a su vez, contra otro ideal. Indefinidamente, porque la perfectibilidad es indefinida.
Si los hábitos resumen la experiencia pasada de pueblos y de hombres, dándoles unidad, los ideales orientan su experiencia venidera y marcan su probable destino. Los idealistas y los rutinarios son factores igualmente indispensables, aunque los unos recelen de los otros. Si los primeros hacen más para el porvenir, los segundos interpretan mejor el pasado. La evolución de una sociedad, espoleada por el afán de perfección y contenida por tradiciones difícilmente removibles, se detendría para siempre sin el uno y sufriría sobresaltos bruscos sin los otros.
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