Lecturas Imprescindibles II… El Hombre Mediocre.

Autor: JOSÉ INGENIEROS

Advertencia:

El autor de estas ideas se propuso estigmatizar las funestas lacras morales que se llaman rutina, hipocresía y servilismo, deseando ser útil a los jóvenes que, estando en edad propicia para evitarlas, pueden formarse ideales y ennoblecer su vida. Se ha dicho, con rigurosa verdad, que los más despreciables sujetos son los predicadores de moral que no ajustan su conducta a sus palabras. Sabe el autor que muy pocos moralistas podrían escribir esto mismo sin que les temblara el pulso.

Segunda entrega... Idealismo positivista.

III.  LOS TEMPERAMENTOS IDEALISTAS 

Ningún Dante podría elevar a Gil Blas, Sancho y Tartufo hasta el rincón de su paraíso donde moran Cyrano, Quijote y Stockmann. Son dos mundos morales, dos razas, dos temperamentos: Sombras y Hombres. Seres desiguales no pueden pensar de igual manera. Siempre habrá evidente contraste entre el servilismo y la dignidad, la torpeza y el genio, la hipocresía y la virtud. La imaginación dará a unos el impulso original hacia lo perfecto; la imitación organizará en otros los hábitos colectivos. Siempre habrá por fuerza, idealistas y mediocres.

El perfeccionamiento humano se efectúa con ritmo diverso en las sociedades y en los individuos. Los más poseen una experiencia sumisa al pasado: rutinas, prejuicios, domesticidades. Pocos elegidos varían, avanzando sobre el porvenir.
Los espíritus afiebrados por algún ideal son adversarios de la mediocridad: soñadores contra los utilitarios, entusiastas contra los apáticos, generosos contra los calculistas, indisciplinados contra los dogmáticos. Son alguien o algo contra los que no son nadie ni nada. Todo idealista es un hombre cualitativo: posee un sentido de las diferencias que le permite distinguir entre lo malo que observa, y lo mejor que imagina. Los hombres sin ideales son cuantitativos; pueden apreciar el más y el menos pero nunca distinguen lo mejor de lo peor.

Sin ideales sería inconcebible el progreso. El culto del “hombre práctico”, limitado a las contingencias del presente, importa un renunciamiento a toda imperfección. El hábito organiza la rutina y nada crea hacia el porvenir; sólo de los imaginativos espera la ciencia sus hipótesis, el arte su vuelo, la moral sus ejemplos, la historia sus paginas luminosas. Son la parte viva y dinámica de la humanidad; los prácticos no han hecho más que aprovecharse de su esfuerzo vegetando en la sombra. Todo porvenir ha sido una creación de los hombres capaces de presentirlo, concretándolo en infinita sucesión de ideales. Más ha hecho la imaginación construyendo sin tregua, que el cálculo destruyendo sin descanso. La excesiva prudencia de los mediocres ha paralizado siempre las iniciativas más fecundas.
En las grandes horas de una raza o de un hombre, la inspiración es indispensable para crear; esa chispa se enciende en la imaginación y la experiencia la convierte en hoguera. Todo idealismo es, por eso, un afán de cultura intensa: cuenta entre sus enemigos más audaces a la ignorancia, madrastra de obstinadas rutinas.
Los idealistas suelen ser esquivos o rebeldes a los dogmatismos sociales que los oprimen. Resisten la tiranía del engranaje nivelador, aborrecen toda coacción, sienten el peso de los honores con que se intenta domesticarlos y hacerlos cómplices de los intereses creados, dóciles, maleables, solidarios, uniformes en la común mediocridad. Las fuerzas conservadoras que componen el subsuelo social pretenden amalgamar a los individuos decapitándolos; detestan las diferencias, aborrecen las excepciones, anatematizan al que se aparta en busca de su propia personalidad. El original, el imaginativo, el creador no teme sus odios: los desafía, aun sabiéndolos terribles porque son irresponsables. Por eso todo idealista es una viviente afirmación del individualismo, aunque persiga una quimera social; puede vivir para los demás, pero nunca de los demás. Su independencia es una reacción hostil a todos los dogmáticos.
Concibiéndose incesantemente perfectibles, los temperamentos idealistas quieren decir en todos los momentos de su vida, como Don Quijote: “yo se quien soy”.

EL IDEALISMO ROMÁNTICO

Los idealistas románticos son exagerados porque son insaciables. Sueñan lo más para realizar lo menos; comprenden que todos los ideales contienen una partícula de utopía y pierden algo al realizarse: de razas o de individuos, nunca se integran como se piensan. En pocas cosas el hombre puede llegar al Ideal que la imaginación señala: su gloria está en marchar hacia él, siempre inalcanzado e inalcanzable. Después de iluminar su espíritu con todos los resplandores de la cultura humana, Goethe muere pidiendo más luz; y Musset quiere amar incesantemente después de haber amado, ofreciendo su vida por una caricia y su genio por un beso. Todos los románticos parecen preguntarse, con el poeta: “¿Por qué no es infinito el poder humano... como el deseo?

V.  EL IDEALISMO ESTOICO

Las rebeldías románticas son embotadas por la experiencia: ella enfrenta muchas impetuosidades falaces y da a los ideales más sólida firmeza. Las lecciones de la realidad no matan al idealista: lo educan. Su afán de perfección se torna  más centrípeto y digno, busca los caminos propicios, aprende a salvar las acechanzas que la mediocridad le tiende. Cuando la fuerza de las cosas se sobrepone a su personal inquietud y los dogmatismos sociales cohíben a sus esfuerzos por enderezarlos, su idealismo se torna experimental. No puede doblar la realidad a sus ideales, pero los defiende de ella, procurando salvarlos de toda mengua o envilecimiento. Lo que antes se proyectaba hacia fuera, se polariza en el propio, se interioriza. “una gran vida – escribió Vigny – es un ideal de la juventud realizado en la edad madura”.

El idealista estoico se mantiene hostil a su medio, lo mismo que el romántico. Su  actitud es de abierta resistencia a la mediocridad organizada, resignación desdeñosa o renunciamiento altivo, sin compromisos. Impórtale poco agredir el mal que consienten los otros; más le sirve estar libre para realizar toda perfección que sólo depende de su propio esfuerzo. Adquiere una “sensibilidad individualista” que no es egoísmo vulgar ni desinterés por los ideales que agitan a la sociedad en que vive.
Son notorias las diferencias entre el individualismo doctrinario y el sentimiento individualista; el uno es teoría y el otro es actitud. En Spencer la doctrina individualista se acompaña de sensibilidad social; en Bakunin, la doctrina social coexiste con una sensibilidad individualista. Es cuestión de temperamento y no de ideas; aquél es la base del carácter. Todo individualismo como actitud, es una revuelta contra los dogmas y los valores falsos respetados en las mediocrácias; revela energías anhelosas de esparcirse, contenidas por mil obstáculos opuestos por el espíritu gregario. El temperamento individualista llega a negar el principio de autoridad, se substrae a los prejuicios, desacata cualquier imposición, desdeña las jerarquías independientes del mérito. Los partidos, sectas y facciones le son indiferentes por igual, mientras no descubre en ellos ideales consonantes con los suyos propios. Cree más en las virtudes firmes de los hombres que en la mentira escrita de los principios teóricos; mientras no se reflejan en las costumbres las mejores leyes de papel no modifican la tontería de quienes las admiran ni el sufrimiento de quienes las aguantan.

 VI.  SIMBOLO

En el vaivén eterno de las eras, el porvenir es siempre de los visionarios. La interminable contienda entre el idealismo y la mediocridad tiene su símbolo: no pudo Cellini clavarlo en su más digno sitio que la maravillosa plaza de Florencia. Nunca mano de orfebre plasmó un concepto más sublime. Perseo exhibiendo la cabeza de Medusa, cuyo cuerpo se agita en contorsiones de reptil bajo sus pies alados. Cuando los temperamentos idealistas se detienen ante el prodigio de Benvenuto, se anima el metal, revive su fisonomía, sus labios parecen murmurar palabras perceptibles.
Y dice a los jóvenes que toda brega por un Ideal es santa, aunque sea ilusorio el resultado; que es loable seguir su temperamento y pensar con el corazón, si ello contribuirá a crear una personalidad firme; que todo germen de romanticismo debe alentarse, para enguinaldar de aurora la única primavera que no vuelve jamás.
Y a los maduros, cuyas primeras canas salpican de otoño sus más vehementes quimeras, instigarlos a custodiar sus ideales bajo el palio de la más severa dignidad, frente a las tentaciones que conspiran para encenagarlos en la Estigia donde se abisman los mediocres.
Y en el gesto del bronce parece que el Idealismo decapitara a la Mediocridad, entregando su cabeza al juicio de los siglos.

                                                                                                   Continuara...

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