Los Hasmoneos y la cultura griega.
Autor: ADOLFO ROITMAN
De: INFOCRIL
La celebración de Janucá es una festividad sin antecedentes bíblicos, originada en la época del Segundo Templo (como el caso de Purim). La práctica de comer unas tortillas de harina aceitosas (en hebreo “sufganiot”), el encendido de ocho velas y la alegría general que envuelve a los participantes, han convertido esta fiesta en una de las más populares entre los judíos.
Esta festividad celebra anualmente la dedicación (en hebreo, Janucá) del Santuario de Jerusalén, ocurrida en el mes de Kislev (en diciembre) del año 164 a.e.c., según la fijaron los macabeos. Esta rededicación del Templo tuvo como propósito purificar el lugar, que había sido desacralizado por Antíoco Epífanes IV, rey griego de Siria, al construir el altar de Zeus Olímpico sobre el gran altar de los sacrificios.
La celebración conlleva un mensaje cultural esencial, a saber: el triunfo del judaísmo sobre la cultura griega. En abierta oposición a los deseos de los griegos de borrar todo indicio de identidad judía por medio del edicto promulgado por el rey Antíoco en el año 167a.e.c., según el cual la fidelidad a la Ley de Moisés era considerada un acto de rebeldía política, y a los intentos de ciertos grupos judíos de promover una profunda helenización de los judíos, los macabeos declararon la guerra santa contra los paganos.
De aquí, pues, que los macabeos fueron vistos en la tradición no solamente como los libertadores del yugo extranjero, sino también como adalides del judaísmo. Como lo indica la oración recitada en la liturgia correspondiente a la festividad: “Te agradecemos Dios nuestro, por la maravillosa liberación que concediste a nuestros padres en tiempos pasados, en esta fecha. En los días de Matatías, hijo de Iojanán, Sumo Sacerdote, el hasmonaíta, el tiránico poder de Grecia se levantó contra tu pueblo para que abandonase tu Torá y la violase, mas Tú con Tu bondad los sostuviste en su angustia, asumiste su defensa y vindicaste su causa”.
Los macabeos no se contentaron con rededicar el Templo. La revuelta de carácter religioso sufrió un cambio fundamental en su programa, convirtiéndose de una guerra santa en su origen en una lucha de liberación nacional. Y así, pues, los macabeos llevaron a cabo luchas en las regiones que rodeaban a Judea (Galilea, Galaad, Transjordania, Idumea y Filistea), con el propósito de defender a los judíos residentes en esas regiones. Judas, el macabeo, comandó las fuerzas de liberación, y a su muerte la jefatura del movimiento fue asumida por su hermano Jonatán. Durante su gobierno se llevó a cabo una política de expansión territorial, que luego fue adoptada por sus sucesores: Simón, Juan Hircano I, Aristóbulo y Alejandro Janeo. Y así, pues, después de unos veinte años de comenzada la rebelión contra el dominio griego, los judíos alcanzaron su independencia nacional en la casi totalidad de la tierra de Israel, constituyendo de esta manera el Estado hasmoneo. El mismo habría de durar casi cien años, desde mediados del siglo II a.e.c. hasta la llegada de los romanos en el año 63 a.e.c.
Más allá del obvio propósito de controlar por medio de las conquistas territoriales, ciudades, pueblos, rutas de comercio y puertos, los gobernantes macabeos tuvieron un claro objetivo nacionalista-religioso: imitar los logros de los jueces y de los reyes de la época clásica. Ellos se vieron continuadores de la casa de David, asumiendo la responsabilidad de los destinos de la nación.
Sin embargo, la paradoja del Reino hasmoneo es que a pesar del carácter judío a ultranza del mismo, no dejó de ser al mismo tiempo un reino helenístico. Pero a diferencia de los otros gobiernos helenísticos de la región, la política hasmonea estuvo conscientemente orientada a crear una síntesis cultural de carácter moderado entre judaísmo y helenismo.
Esta combinación tan sutil entre elementos judíos y griegos puede identificarse en distintos aspectos de la realidad cultural del período. Los gobernantes hasmoneos, por ejemplo, acostumbraban llevar dos nombres, como el caso de Juan (en hebreo, Yehohanan) Hircano I o del rey Alejandro Janeo (en hebreo, Jonatán). Otra prueba de esta tensión dialéctica puede identificarse, por un lado, en la arquitectura funeraria de clara influencia griega, pero por el otro, en la presencia de piscinas rituales o “mikvaot” destinadas a la purificación ritual, sin precedentes en épocas anteriores.
Otro indicador de la combinación creativa entre judaísmo y helenismo lo encontramos en el campo del arte. Precisamente en una región influida masivamente por los logros excepcionales del arte helenístico de carácter pagano, los judíos de la época interpretaron radicalmente la prohibición bíblica de hacer esculturas e imágenes, produciendo así un arte con motivos geométricos, florales o simbólicos, que carecía totalmente de representaciones de seres humanos y de animales.
Finalmente encontramos en el ámbito institucional la academia de estudio o “beit midrash”, probablemente derivada de la escuela filosófica griega.
Y de aquí, pues, que a diferencia de la imagen difundida entre los judíos, según la cual los macabeos expulsaron “la oscuridad” y salvaron al judaísmo de la influencia “maligna y perniciosa” del helenismo, el Reino hasmoneo fue judío y griego a la vez. Los macabeos desarrollaron una política consciente de integración cultural, tratando de mantener un equilibrio sutil entre ambos componentes. Por un lado, durante esos años se desarrollaron conceptos, ideas, instituciones y prácticas sin antecedentes en la historia de Israel, destinadas a distinguir culturalmente a los judíos de los idólatras y de reforzar su identidad particular.
Pero, paradójicamente, en muchos casos estas mismas creaciones culturales fueron inspiradas, y en algunos casos incluso modeladas, de acuerdo a patrones existentes en la cultura helenística-pagana de la época, confundiendo de esta manera las diferencias entre judíos y no judíos.
Ciertamente, esta realidad de compromiso cultural, junto con otros cambios complejos, como ser: la incorporación de conversos al cuerpo social judío o el desarrollo urbano de Jerusalén, provocaron una gran crisis social, derivando en un fraccionamiento de la sociedad en sectas o agrupaciones. Un ejemplo radical en este sentido lo encontramos en la secta del Mar Muerto (auto denominados en los Rollos como “los hijos de la luz”), que dejaron la ciudad y el Templo de Jerusalén por polémicas religiosas diversas (por ejemplo, cuestiones de pureza) con el sacerdocio jerosolimitano, para recluirse en el desierto de Judea en las proximidades del Mar Muerto (según algunos estudiosos, en el sitio llamado actualmente “Qumrán”), y llevar allí una vida de reclusión, estudio y oración, separados física y espiritualmente de la mayoría del pueblo.
Volviendo a nuestros días, la celebración de Janucá es una buena oportunidad para reflexionar sobre nuestra presente realidad vivida, a la luz de la experiencia histórica pasada. También hoy como ayer, la sociedad israelí se encuentra sometida a una fuerte influencia de Occidente, adoptando patrones culturales propios de los no judíos. Esta forma de vida secular es vista por algunos grupos radicales como una verdadera herejía, impropia del “pueblo elegido”.
Los judíos ultra ortodoxos consideran la forma de vida desacralizada de los judíos laicos como una verdadera amenaza para su identidad, y promueven un “retorno” o “teshuvá” a la normativa clásica judía, consagrando la xenofobia y el radicalismo ideológico como baluartes de la identidad nacional.
Para muchos de ellos, el modelo ejemplar en este sentido son los macabeos. Sin embargo, una lectura más equilibrada y menos ideológica de los hechos pasados nos enseña, como vimos más arriba, que los asmoneos no promovieron una política de aislamiento cultural, sino antes bien un compromiso complejo y creativo con la cultura helenística circundante. Esta lección tiene aún validez y relevancia para el judío moderno.
¡JagSameaj!
*Director del Santuario del Libro en Jerusalem
De: INFOCRIL
La celebración de Janucá es una festividad sin antecedentes bíblicos, originada en la época del Segundo Templo (como el caso de Purim). La práctica de comer unas tortillas de harina aceitosas (en hebreo “sufganiot”), el encendido de ocho velas y la alegría general que envuelve a los participantes, han convertido esta fiesta en una de las más populares entre los judíos.
Esta festividad celebra anualmente la dedicación (en hebreo, Janucá) del Santuario de Jerusalén, ocurrida en el mes de Kislev (en diciembre) del año 164 a.e.c., según la fijaron los macabeos. Esta rededicación del Templo tuvo como propósito purificar el lugar, que había sido desacralizado por Antíoco Epífanes IV, rey griego de Siria, al construir el altar de Zeus Olímpico sobre el gran altar de los sacrificios.
La celebración conlleva un mensaje cultural esencial, a saber: el triunfo del judaísmo sobre la cultura griega. En abierta oposición a los deseos de los griegos de borrar todo indicio de identidad judía por medio del edicto promulgado por el rey Antíoco en el año 167a.e.c., según el cual la fidelidad a la Ley de Moisés era considerada un acto de rebeldía política, y a los intentos de ciertos grupos judíos de promover una profunda helenización de los judíos, los macabeos declararon la guerra santa contra los paganos.
De aquí, pues, que los macabeos fueron vistos en la tradición no solamente como los libertadores del yugo extranjero, sino también como adalides del judaísmo. Como lo indica la oración recitada en la liturgia correspondiente a la festividad: “Te agradecemos Dios nuestro, por la maravillosa liberación que concediste a nuestros padres en tiempos pasados, en esta fecha. En los días de Matatías, hijo de Iojanán, Sumo Sacerdote, el hasmonaíta, el tiránico poder de Grecia se levantó contra tu pueblo para que abandonase tu Torá y la violase, mas Tú con Tu bondad los sostuviste en su angustia, asumiste su defensa y vindicaste su causa”.
Los macabeos no se contentaron con rededicar el Templo. La revuelta de carácter religioso sufrió un cambio fundamental en su programa, convirtiéndose de una guerra santa en su origen en una lucha de liberación nacional. Y así, pues, los macabeos llevaron a cabo luchas en las regiones que rodeaban a Judea (Galilea, Galaad, Transjordania, Idumea y Filistea), con el propósito de defender a los judíos residentes en esas regiones. Judas, el macabeo, comandó las fuerzas de liberación, y a su muerte la jefatura del movimiento fue asumida por su hermano Jonatán. Durante su gobierno se llevó a cabo una política de expansión territorial, que luego fue adoptada por sus sucesores: Simón, Juan Hircano I, Aristóbulo y Alejandro Janeo. Y así, pues, después de unos veinte años de comenzada la rebelión contra el dominio griego, los judíos alcanzaron su independencia nacional en la casi totalidad de la tierra de Israel, constituyendo de esta manera el Estado hasmoneo. El mismo habría de durar casi cien años, desde mediados del siglo II a.e.c. hasta la llegada de los romanos en el año 63 a.e.c.
Más allá del obvio propósito de controlar por medio de las conquistas territoriales, ciudades, pueblos, rutas de comercio y puertos, los gobernantes macabeos tuvieron un claro objetivo nacionalista-religioso: imitar los logros de los jueces y de los reyes de la época clásica. Ellos se vieron continuadores de la casa de David, asumiendo la responsabilidad de los destinos de la nación.
Sin embargo, la paradoja del Reino hasmoneo es que a pesar del carácter judío a ultranza del mismo, no dejó de ser al mismo tiempo un reino helenístico. Pero a diferencia de los otros gobiernos helenísticos de la región, la política hasmonea estuvo conscientemente orientada a crear una síntesis cultural de carácter moderado entre judaísmo y helenismo.
Esta combinación tan sutil entre elementos judíos y griegos puede identificarse en distintos aspectos de la realidad cultural del período. Los gobernantes hasmoneos, por ejemplo, acostumbraban llevar dos nombres, como el caso de Juan (en hebreo, Yehohanan) Hircano I o del rey Alejandro Janeo (en hebreo, Jonatán). Otra prueba de esta tensión dialéctica puede identificarse, por un lado, en la arquitectura funeraria de clara influencia griega, pero por el otro, en la presencia de piscinas rituales o “mikvaot” destinadas a la purificación ritual, sin precedentes en épocas anteriores.
Otro indicador de la combinación creativa entre judaísmo y helenismo lo encontramos en el campo del arte. Precisamente en una región influida masivamente por los logros excepcionales del arte helenístico de carácter pagano, los judíos de la época interpretaron radicalmente la prohibición bíblica de hacer esculturas e imágenes, produciendo así un arte con motivos geométricos, florales o simbólicos, que carecía totalmente de representaciones de seres humanos y de animales.
Finalmente encontramos en el ámbito institucional la academia de estudio o “beit midrash”, probablemente derivada de la escuela filosófica griega.
Y de aquí, pues, que a diferencia de la imagen difundida entre los judíos, según la cual los macabeos expulsaron “la oscuridad” y salvaron al judaísmo de la influencia “maligna y perniciosa” del helenismo, el Reino hasmoneo fue judío y griego a la vez. Los macabeos desarrollaron una política consciente de integración cultural, tratando de mantener un equilibrio sutil entre ambos componentes. Por un lado, durante esos años se desarrollaron conceptos, ideas, instituciones y prácticas sin antecedentes en la historia de Israel, destinadas a distinguir culturalmente a los judíos de los idólatras y de reforzar su identidad particular.
Pero, paradójicamente, en muchos casos estas mismas creaciones culturales fueron inspiradas, y en algunos casos incluso modeladas, de acuerdo a patrones existentes en la cultura helenística-pagana de la época, confundiendo de esta manera las diferencias entre judíos y no judíos.
Ciertamente, esta realidad de compromiso cultural, junto con otros cambios complejos, como ser: la incorporación de conversos al cuerpo social judío o el desarrollo urbano de Jerusalén, provocaron una gran crisis social, derivando en un fraccionamiento de la sociedad en sectas o agrupaciones. Un ejemplo radical en este sentido lo encontramos en la secta del Mar Muerto (auto denominados en los Rollos como “los hijos de la luz”), que dejaron la ciudad y el Templo de Jerusalén por polémicas religiosas diversas (por ejemplo, cuestiones de pureza) con el sacerdocio jerosolimitano, para recluirse en el desierto de Judea en las proximidades del Mar Muerto (según algunos estudiosos, en el sitio llamado actualmente “Qumrán”), y llevar allí una vida de reclusión, estudio y oración, separados física y espiritualmente de la mayoría del pueblo.
Volviendo a nuestros días, la celebración de Janucá es una buena oportunidad para reflexionar sobre nuestra presente realidad vivida, a la luz de la experiencia histórica pasada. También hoy como ayer, la sociedad israelí se encuentra sometida a una fuerte influencia de Occidente, adoptando patrones culturales propios de los no judíos. Esta forma de vida secular es vista por algunos grupos radicales como una verdadera herejía, impropia del “pueblo elegido”.
Los judíos ultra ortodoxos consideran la forma de vida desacralizada de los judíos laicos como una verdadera amenaza para su identidad, y promueven un “retorno” o “teshuvá” a la normativa clásica judía, consagrando la xenofobia y el radicalismo ideológico como baluartes de la identidad nacional.
Para muchos de ellos, el modelo ejemplar en este sentido son los macabeos. Sin embargo, una lectura más equilibrada y menos ideológica de los hechos pasados nos enseña, como vimos más arriba, que los asmoneos no promovieron una política de aislamiento cultural, sino antes bien un compromiso complejo y creativo con la cultura helenística circundante. Esta lección tiene aún validez y relevancia para el judío moderno.
¡JagSameaj!
*Director del Santuario del Libro en Jerusalem
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